jueves, 11 de febrero de 2010

Holanda - Bélgica (11 - 22 de diciembre 2009)

VIERNES 11 DE DICIEMBRE : MADRID - AMSTERDAM

Dice el refrán que madre no hay más que una, y realmente como la mía no la voy a encontrar. Después de tenerme toda la ropa a punto para llevármela, no me dejó de ninguna de las maneras irme sólo al aeropuerto, y se vino a acompañarme en el metro. No le iba a quitar la ilusión de despedirse. Después de esperar a Sergio y David, y acojonarme un poco porque sólo faltaba una hora para que saliera el vuelo, por fin facturamos, y nuestro avión dejaba atrás nuestro querido Madrid.

Nuestro debut en tierras holandesas no empezó siendo muy bueno. Tras varios paseos en vano, conseguimos sacar los billetes de tren a Ámsterdam Central. Nada más bajar a los andenes de Schiphol perdimos el tren. En segundo lugar nos tuvimos que comer sí o sí una encuesta de un tipo rubio y delgado de 2 metros de altura, que consistía básicamente en unas 30 preguntas (en inglés por supuesto) sobre las prestaciones del aeropuerto y su centro comercial. Ahí nos ves a los tres con una cara de sueño y de desconcierto que era un poema, intentando entender las preguntas que hacía el larguirucho holandés y que eran igual de largas que él, y dando respuestas cortas del tipo : good, excellent, normal… Fueron momentos realmente absurdos. Justo después de pirarse el larguirucho de la encuesta, le pedimos a un tío que nos hiciera una foto a los tres juntos, que sería la primera del viaje.



A los pocos instantes viene un tren y el mismo que nos ha hecho la foto nos dice que ese tren va a Ámsterdam, y se aleja murmurando algo. Nos subimos al tren, y charlando y viendo edificios, casitas, y bonitos paisajes, nos damos cuenta que estamos tardando demasiado en llegar a Ámsterdam Central. Nadie se atreve a asumir que algo va mal. De repente decidimos preguntar, y Sergio le pregunta a un tío que estaba sentado detrás nuestra… Efectivamente, hay que volver hacia atrás porque nos habíamos ido casi hasta Utrecht. Nos bajamos del tren en una estación de un pueblo perdido y al dar la vuelta para cambiar de andén, vemos un plano del tren y empezamos a mirarlo detenidamente. Justo en ese momento un amable holandés se paró y nos explicó lo que teníamos que hacer. Descubrimos en ese instante que lo que el tío que nos hizo la foto había murmurado, era que teníamos que hacer un trasbordo en una estación concreta, cosa que obviamente jamás le llegamos a escuchar ni a entender. El viaje de vuelta no se hizo tan pesado como pensábamos y pudimos ver que allí también existe la moda “choni” entre la juventud femenina holandesa, eso sí, sólo a nivel estético porque en cuanto a clase y educación nos ganan por goleada. Serían alrededor de las 5 y media de la tarde cuando llegamos por fin a Ámsterdam Central, y había un trasiego de gente impresionante que se movía en todas direcciones. (supongo que principalmente por ser un viernes y a esas horas).

Antes de empezar a contar impresiones, no estaría nada mal dar algunos detalles de la ciudad que nos recibía. Ámsterdam, que como todos sabéis es la capital de Holanda, significa en holandés el “dique del Amstel” (que es el río que pasa por la ciudad), y es desde el siglo XVII un importante centro financiero y cultural. La leyenda cuenta que dos pescadores y un perro llegaron al estuario del Río Amstel en una barquita, y fueron los primeros en pisar lo que sería Amsterdam. En el siglo XIII se dice que existía un poblado o cuatro casuchas en una zona que hoy estaría más o menos por el centro, cerca del Begijnhof (que más adelante os contaré lo que es). Desde entonces Ámsterdam se ha transformado mucho, y se ha convertido en una de las principales capitales europeas. Hoy en día está asentada en decenas de islas unidas por centenares de puentes, que siglos atrás se sujetaban en vigas de madera que llegaban a muchos metros de profundidad, y en los tiempos modernos los han cambiado por hierro y hormigón. La arquitectura de Amsterdam conserva casas de ladrillo y palacetes del siglo XVII, muchos de ellos declarados monumentos históricos. Todo se halla en uso y bien conservado, aunque no es extraño la rehabilitación de edificios como alguna iglesia convertida en centro cultural o discoteca. Para los holandeses, los canales son una forma de controlar el cauce del río Amstel, dividiéndolo en una red de vías navegables, y a su vez son una excelente red de transporte. Recordemos que ellos han luchado siempre contra el mar, saliendo victoriosos gracias a su trabajo y a sus increíbles obras de ingeniería. Quizás de ahí venga su carácter ante la vida, y su famoso dicho : “Dios hizo el mundo, y Holanda los holandeses”
Pero no todo es alegría y cachondeo. La historia de Amsterdam tiene su episodio más triste en los cinco años de ocupación nazi durante la Segunda Guerra Mundial. Fueron deportados decenas de miles de ciudadanos judíos desde Amsterdam hasta los campos de concentración y exterminio, y pocos regresaron a la ciudad. La Casa de Ana Frank ha quedado como testimonio de aquellos tristes años. Pero no vamos a caer en la tristeza, porque afortunadamente aquellos tiempos ya pasaron, y yo estoy aquí para contaros mi viaje así que ¡vamos a ello!

Lo primero que hice fue comprar tabaco porque no me había dado tiempo a llevarme desde España. Un paquete de Lucky son 5 euros y pico, así que ya sabéis lo que tenéis que hacer los que fuméis, no olvidaros del tabaco. Mientras Sergio esperaba con las maletas, David y yo fuimos a preguntar qué tranvía o bus había que pillar para ir a Vondelpark, donde teníamos el Hostal. Allí resultaba que nadie era de Ámsterdam, así que me quedé pensando en que : o tengo muy mala suerte y a todos los que pregunté eran de fuera, o bien toda la peña se mueve en bici y nadie usa el tranvía o el bus, o bien son todos unos cabrones. Así que al final nos hartamos, agarramos la maleta y nos pusimos a cruzar en aquella jungla de carriles bici, coches, y vías de tranvía. Realmente hay que andar con mucho ojo porque como no estés espabilado mirando al cruzar, puedes tener problemas. Cargados con las maletas atravesamos Damrak, que es la avenida que une la estación con la Plaza Dam. Esta plaza podríamos decir que es el corazón de Ámsterdam, lo que podría ser la plaza principal o plaza mayor de la ciudad, y un buen punto de partida para empezar a moverse, que es lo que nosotros estábamos intentando hacer.



Conseguimos encontrar una oficina de información justo donde empieza Rokin, otra avenida que sale de la misma plaza Dam que es como la prolongación de Damrak. Allí un tipo con aspecto sudasiático nos dice que el hostal está a 20 minutos andando, o que hay un tranvía que va hasta allí y pasa cada 20-25 minutos por detrás de la Plaza Dam.



Nada más llegar a la plaza vemos un taxi y decidimos pillarlo. El tío nos avisó antes de montarnos que el precio eran 15 euros, así que como tocábamos a 5 por cabeza, estábamos cansados, y no parecía haber más taxis por allí, accedimos y nos quitamos de complicaciones. Tras atravesar la jungla urbana de carriles y vías de tranvía, nos dejó a la entrada de Vondelpark, en una calle peatonal donde estaba nuestro hostal. El hostal tenía buen aspecto, era un Stayokay, una cadena de hostales para gente jóven que funciona bastante bien por allí. Eso sí, este de Ámsterdam me pareció un poco caro, dado que es un hostal juvenil, no tiene televisión en las habitaciones, y éstas tienen dos literas con taquillas donde una maleta de las grandes no cabe de ningún modo. Pillamos una habitación de 4 para uso de 3 y con baño, con lo cual la broma ascendió a 35 € por cabeza, que por mucho que esté a 12 minutos de lo que se considera centro, me sigue pareciendo caro. Eso sí, pudiéndose evitar, prefiero pagar un poco más antes que compartir habitación o baño. Lo primero por intimidad y porque soy un poco señorito, y lo segundo porque en una ciudad como Ámsterdam el tema horarios de llegada y de despertares, pueden ser causas de molestias mutuas entre gente distinta. Lo bueno era que incluía buffet libre de desayuno, o sea que ya sabíamos que por las mañanas había que amortizar parte de ese precio arramblando con lo que pillásemos en el buffet, dejando el pabellón español bien alto, como debe ser.

Nos sentamos un poco a poner las sábanas y el nórdico y a asimilar que ya estábamos en la capital de Holanda, nos arreglamos y salimos a cenar y a dar nuestra primera vuelta por esta hermosa ciudad. Subimos hasta Leidseplein y por allí empezamos a alucinar con la cantidad de restaurantes que hay, una verdadera exageración… Además sólo vimos uno o dos holandeses, todo lo demás son de infinidad de países del mundo (vimos uno hasta de cocina nepalí, con eso os digo todo), pero los que más abundan son los asiáticos (chinos e indonesios sobre todo), italianos, griegos, y argentinos y uruguayos.



Estos últimos por lo que pudimos ver y comprobar, muy adaptados al rollo holandés y nada que ver con las típicas parrillas o asadores que puedes encontrar en Buenos Aires o Montevideo. Además, junto a otro brasileño en el que cenamos, tienen una moda que es poner un menú de “costillas ilimitadas”, que es el típico costillar americano a la barbacoa con patatas y ensalada, pero puedes comerte los costillares que te de la gana, eso sí no incluye la bebida. Nosotros cenamos en un argentino que por 11 € y pico podías comerte todas las costillas que te diera la gana, y cada cerveza de medio eran 3 €. Así que por 17 € nos pusimos como las bestias pardas a costillas y nos tomamos un litro de cerveza local mientras veíamos un partido de la Liga Holandesa o Eredivisie como dicen ellos (el nivel por cierto es bastante bajo).

De allí nos pusimos a andar atravesando calles y canales, y maravillándonos con la belleza de esta ciudad por la noche. Andando y andando, fuimos a parar al famoso Barrio Rojo, y ahí si que nos maravillamos de verdad. Este es el barrio más conocido de Ámsterdam, en donde al caer la noche, la luz de neón roja proveniente de los escaparates y ventanas invade las calles y canales, y nos descubre impresionantes mujeres que ofrecen sexo a cambio de unos cuantos euros (yo escuché pedir 50 a una verdadera mujer digna de portada de revista).



En este barrio también hay un montón de tiendas dedicadas al sexo e incluso un museo temático. Pero el barrio rojo no es sólo eso, también son los bares, el bullicio, las miradas, los turistas y sus risas nerviosas por contemplar algo prohibido sin ningún tipo de problemas, los coffee-shop, la gentucilla de Ámsterdam, negratas e inmigrantes intentando vender droga o estafar a los turistas…(por cierto, aunque lo normal es que no tengáis problemas, pero a estos últimos ni se os ocurra darles bola, y menos comprarles droga en la calle porque es cárcel así que vosotros veréis). La verdad es que todo ello es una mezcla tan peculiar, que merece la pena pasarse porque a nadie le deja indiferente. Nosotros hicimos una parada para tomarnos un par de cervezas en un bar llamado “Old Sailor”, y desde allí retomamos camino para seguir recorriendo el barrio. A mí particularmente, el barrió en sí me impacto bastante, pero sobre todo me sorprendió ver una iglesia como la Oude Kerk (Iglesia Vieja) prácticamente pegada a los escaparates donde las prostitutas se exhiben. Pero no sólo eso es curioso, las prostitutas están obligadas a tener una seguridad social como cualquier trabajador, a pagar impuestos, y a ofrecer unas condiciones mínimas de higiene.



El Barrio Rojo tiene sus orígenes también en el siglo XIII, aunque no empezó como hoy lo vemos obviamente. Hoy en día comienza cerca de la Estación Central y abarca desde el margen derecho de Damrak, hasta la plaza Nieuwe Markt. El fenómeno de los escaparates surge en el siglo XVII, cuando las prostitutas empezaron a ofrecerse desde la puerta o ventanas de sus casas. Pero desde siempre hubo prostitución, dado el enclave de la ciudad y el carácter de puerto de mar y centro de negocios. En la Edad Media el Sheriff y sus vigilantes administraban los burdeles (sí, se que suena muy a "rollito Coslada", pero era así). Hoy en día se alquilan los escaparates y casas por turnos, y los propietarios han de obtener licencias especiales para poder alquilarlos. Por cierto está prohibido fotografiar o filmar los escaparates.

Visto ya el funcionamiento del Barrio Rojo, seguimos hacia la plaza Dam y allí intentamos buscar el Dampkring (está en Handboogstraat 29), uno de los coffee-shop con mayor reputación de Ámsterdam.



Llegamos ya casi a la 1 de la noche, al parecer cierran en torno a la 1 y media, así que como no puedes beber otra cosa que no sean cafés, refrescos o zumos, no pedimos bebidas. Me acerqué al mostrador donde venden artículos para fumar y por supuesto la materia prima, el hachís y la marihuana, ésta última la más apreciada. Ante nosotros un mostrador con infinidad de “tuppers” llenos de miles de variedades de marihuana y hachís, estaba atendido por dos chavales jóvenes que despachaban en bolsitas herméticas las cantidades que les ibas pidiendo, pesadas previamente en una báscula. Encima de la mesa tenías una extensa carta con bastantes variedades de marihuana y hachís, y junto a cada una : el sabor, el olor, los efectos, y el precio en gramos. Me decidí por probar una variedad llamada “Super Silver Haze”. Junto al mostrador hay un bol con infinidad de papeles extralargos y cartones especiales para hacer las boquillas. Nos sentamos en una mesa junto a la entrada de los servicios, y justo cuando me estaba encendiendo el cacharro en cuestión, avisan que es la hora de cierre. Así que nos marchamos a seguir paseando y yo me llevé a la calle el porrillo, con disimulo pues si te pilla la policía te cae multa (no tan gorda como en España, pero te cae). No os voy a exagerar con deciros que con tres caladas aquello me arreó un estacazo de impresión. Fue tal el leñazo, que me tuve que sentar en un escalón a contemplar el canal, pues no podía andar, debido a la relajación y al bloqueo corporal que me entró. Sentía que no tenía fuerzas para llegar al hostal, y estos mientras tanto se lo tomaban con calma esperando a que yo pillase fuerzas. En ese momento me acordé de lo que mi sabia amiga Laura me avisó antes de despedirme : “Cuidadito con el tema droja en el Colacao”, pues bien, me empezó a dar vueltas en la cabeza la frase, y para evitar escucharla más decidí caminar y olvidar. Tras dos paradas para descansar, conseguí llegar al hostal con una sensación entre de ir entre nubes de algodón y de tener un cansancio encima de no poder ni hablar.

Llegamos a la habitación y estábamos tan cansados que caímos en la cama. Caí en un profundo sueño en el cual volvía de nuevo al Barrio Rojo, pero esta vez me causó un gran impacto encontrarme ejerciendo detrás de una vitrina a una persona cercana, con lo que dado mi aprecio hacia ella, decidí meterme en su vitrina e intentar convencerla de que eso era un mal camino y bueno en fin…no se si la convencí o no la convencí. El caso es que me desperté un poco asustado. La luz se había quedado encendida y estos estaban durmiendo a pierna suelta, sólo había sido un sueño, así que a seguir durmiendo. Y así acababa nuestro primer día por la capital de los Países Bajos.


SÁBADO 12 : AMSTERDAM

Nos levantamos sobre las 8 y pico, y a pesar del madrugón estábamos bastante recuperados del cansancio del viaje y del día anterior. Bajamos a desayunar y arramblamos con lo que pillamos, un verdadero desayuno digno de película americana, sin huevos fritos eso sí, pero en cuanto a cantidad y variedad quedamos más que satisfechos.

Dedicamos este día a ver el Museo Van Gogh, el Rijkmuseum, y la casa de Ana Frank, ya que lleva más tiempo y pensamos que sería mejor verlo cuanto antes. En mi opinión, aunque Ámsterdam tiene muchos museos, no es plan de dejarse tiempo y dinero en ver muchos que tampoco aportan demasiado, o son demasiado temáticos, así que los que más importancia tienen son estos que os digo y quizás el de Rembrandt, el cual ya no llegamos a ver. Nuestro hostal estaba bastante cerca del recinto donde están los museos, que se llama Museumplein, así que no tardarmos mucho en llegar hasta allí. Junto allí está el Concertgebouw, una sala de conciertos que tiene una de las mejores acústicas del mundo. Está considerada como una de las tres mejores del mundo, junto al Symphony Hall de Boston y al Musikverein de Viena.



El primero que visitamos fue el Van Gogh, con un diseño exterior futurista que en ningún momento imaginamos fuera así. La entrada eran 12 €, una verdadera clavada, y por supuesto nada de fotos. Todos los cuadros estaban forrados con un cristal, lo cual me pareció un poco decepcionante, pues no mola nada ver un cuadro con un cristal por encima. Allí tienen una colección impresionante de las obras de este pintor, y se puede ver la evolución en su pintura, sus diferentes etapas y una comparativa con otros pintores de la época. También hay muchos dibujos y cartas que le escribió a su hermano Theo. Pero conozcamos un poco al artista para saber lo que nos encontramos en su museo.



Vincent Van Gogh fue un genio incomprendido, pero nadie duda que es uno de los grandes maestros de la pintura. Nació en un pueblecito holandés en marzo de 1853, en el seno de una familia de clase media. De pequeño era una máquina con los idiomas, pero a los 15 dejó de estudiar y empezó a predicar durante un tiempo. Sorprendentemente su genio artístico no surge hasta los 30, cuando pinta "Muchacha bajo los árboles" (su primer cuadro), al que siguen varios más inspirados en su novia de por aquel entonces, y también en el campo, otra cosa que le molaba (no se si más que su novia incluso). Va conociendo a los artistas más importantes de su época y va formando su propio estilo, el neo-impresionismo. Es mantenido durante casi toda su vida por su hermano Theo, y su personalidad es claramente inestable, pasando por el alcohol, los hospitales psiquiátricos, desengaños, cambios de creencias, ataques donde se tragaba sus pinturas, y hasta el suicidio. Vamos, que el pobre estaba fatal. En 1890 compran el primer cuadro suyo "El viñedo rojo", y ese verano se va a París a ver a su hermano, el cual está pasando por una racha verdaderamente jodida. Creyendo que él era parte de los problemas de su hermano, se le cruzan los cables, sale al campo y se pega un tiro con un revólver, lo que dos días después le llevó a su muerte. Era julio de 1890. En sus 37 años, hizo 750 pinturas y unos 1600 dibujos (ojo con los números porque es que yo alucino). Su vida transcurre entre Etten, La Haya, Londres, Paris, Arles, Auves y otros pueblecitos franceses. Curiosamente, como artista incomprendido que fue en vida, Vincent llegó a decir : "Yo no tengo la culpa de que mis cuadros no se vendan. Pero llegará el día en que la gente se dará cuenta de que tiene más valor de lo que cuestan las pinturas".
Después de contaros un poquito la tortuosa vida de Vincent, comentaros como curiosidad que cuando lleguéis al piso de arriba del museo, no olvidaros que desde allí hay una bonita vista a través de los ventanales a todo el parque de Museumplein.

Visto el Museo Van Gogh, el cual nos llevó algo más de dos horas, nos dirigimos hacia el Rijkmuseum, pero antes de entrar nos hicimos las típicas fotos en el letrero de “I amsterdam”. Después también inmortalizamos el momento junto al edificio del museo (de 1885), que es una pasada, y curiosamente lo están rehabilitando unos arquitectos españoles.



Es el museo más grande de Holanda y uno de los más famosos del mundo. La entrada son 11 €, y tiene bastantes salas, destacando las dedicadas a los pintores flamencos de los siglos XV, XVI y XVII (que a mí particularmente me flipan). Estos tres siglos fueron la edad de Oro del arte en los Países Bajos y Flandes, y podemos comprobarlo con las obras maestras que nos vamos a encontrar de gente como Van der Weyden, Van der Goes, Rembrandt, Vermeer, Steen, Rubens..



Se pueden emplear fácilmente dos horas y media para verlo, pues además de esto también tiene salas dedicadas a esculturas, artes decorativas medievales, y sobre la historia de los Países Bajos. Nos pasamos por la tienda del museo a echar un vistazo, pero no tardamos mucho en irnos porque al igual que en el Museo Van Gogh, los precios eran abusivos. Cuando salimos del Rijkmuseum eran ya casi las 5 de la tarde, y ya estaba anocheciendo, así que nos fuimos caminando hacia la casa de Ana Frank.

La casa de Ana Frank está al lado de la iglesia protestante de Westerkerk, junto a un canal. La entrada vale 8,50 € pero merece la pena bajo mi punto de vista. La visita lleva una hora más o menos y no hay guías, simplemente hay unos folletos a la entrada en muchos idiomas, y durante todo el trayecto hay pantallas con vídeos explicativos que te detallan la vida de la familia Frank, y podemos hacernos una idea de cómo vivieron la época de ocupación nazi en Ámsterdam. La historia de esta familia judía de origen alemán, queda reflejada en el diario que escribió Ana, la niña que permaneció escondida junto al resto de su familia en la parte trasera de una casa. Es espeluznante imaginar cómo debieron ser aquellos años, y cómo debieron sentirse al vivir tanto tiempo escondidos y finalmente ser descubiertos y enviados a un campo de concentración. Realmente la sensación de tristeza y rabia con la que sales de la casa es difícil de describir.



Después de esta última visita, entramos a una pequeña cervecería bastante típica, por la que habíamos pasado anteriormente, y que estaba en un callejón estrecho junto a una tienda que también estaba dedicada a la cerveza. Allí pudimos probar unas cuantas variedades de cervezas trapenses y de abadía, entre ellas yo recuerdo que tomé una Saint-Feuillien y una Rochefort, no recuerdo si las dos eran de triple fermentación, o una de doble y otra de triple. Como anécdotas graciosas, mencionar un gato que había deambulando por la parte superior de la cervecería que debía ser de los dueños, y que aunque a mí me parecía un encanto y no me importaba que se echase la siesta junto a mi abrigo, a Sergio y David no les hizo ni puñetera gracia, y se tiraron un buen rato intentando que se largara jejejej. Después entraron dos hombres y una mujer de unos 50 años que eran holandeses, y se sentaron en nuestra mesa (allí si está todo ocupado es costumbre hacer eso). Eran bastante agradables (como casi todos los holandeses), así que estuvimos un rato hablando con ellos, y nos contaron que sólo conocían La Coruña, donde habían estado viviendo un año por motivos de trabajo. Yo hice de ministro de turismo, y les dije que tenían que ir a Madrid y a toda la parte del Mediterráneo que les iba a encantar, y ellos me agradecieron la recomendación dándome un trago de un licor holandés hecho con trigo cuyo sabor y color era bastante parecido al orujo. Como salimos bastante contentos de la cervecería, el viaje hasta el hostal se nos hizo bastante ameno. Eso sí, cuando llegamos al hostal y nos sentamos, nos dimos cuenta que estábamos bastante cansados, así que cenamos algo en la habitación y nos tumbamos a descansar un rato. Pero a Sergio se le olvidó el factor “poner la alarma”, y nos despertamos a las 4 de la mañana, así que esa noche nos la pasamos durmiendo, porque ya a esas horas poca cosa se podía hacer.


DOMINGO 13 : AMSTERDAM

Igual que el día anterior, nos levantamos temprano y nos inflamos a comer en el desayuno buffet. Acto seguido fuimos derechos a los ordenadores del hostal para tramitar vía internet el alquiler del coche, puesto que si lo hacíamos de esta manera con la empresa Hertz, teníamos un descuento. Al final elegimos el Focus nuevo tipo ranchera, así no tendríamos problemas de capacidad de maletas, y todas quedarían perfectamente ocultas en el maletero para evitar sorpresas desagradables. La oficina de Hertz donde lo recogeríamos estaba en el mismo barrio del hostal, así que perfecto, al día siguiente sólo tendríamos que ir allí y salir derechitos a Bruselas.
Una vez cerrado el tema del coche, dedicamos el día a pasear y recorrer Ámsterdam, puesto que los museos que es lo que más tiempo lleva ya lo habíamos visitado el día anterior.



Antes de empezar a contaros cómo nos fue este día, me gustaría comentar algunas curiosidades de la ciudad. Por ejemplo nos llamó la atención que a pesar de haber numerosas tiendas de todo tipo de artículos, regalos, muchos kioscos de prensa, flores, etc…nos fue muy complicado encontrar supermercados, ya que la gente en Ámsterdam debe comprar en grandes superficies a las afueras, o si no en clásicos mercados de barrio. Os puedo decir que nos costó algo así como más de media hora andando encontrar un sitio tipo Día o Mercadona donde poder comprar algo tan sencillo como pan, leche, coca-cola, vasos y cubiertos de plástico, servilletas…El sitio se llama Albert Heijn, y son los supermercados más famosos de Holanda, y los que más se parecen a nuestro Mercadona y sitios por el estilo. Así que si vais y queréis buscar un supermercado, preguntar directamente por el Albert Heijn más cercano. Otra curiosidad y no precisamente graciosa, es que si te estás meando, la broma te sale a 50 céntimos en baños públicos, y la única opción que te queda es tomarte algo en un bar y aprovechar para ir al servicio. No es muy recomendable mear en la calle porque te puede caer una multa, y además de eso porque es muy probable que la gente te mire con bastante cara de asco, ya que a diferencia de España, no es nada habitual ver mear a nadie en la calle. En ciertos puntos de la ciudad (muy poquitos), verás unos meaderos gratuitos. Unos son un palo con una espiral de metal, en la que te metes dentro y se ven tus piernas y cómo cae el chorro, y otra son una especie de prismas de plástico con unos agujeros laterales donde casi tienes que meter la cintura porque si no los transeúntes te ven todo el zimbel. Una última curiosidad, es comentaros la forma de los váteres, la cual nos sorprendió bastante. Lo que es la taza del váter propiamente dicha, no tiene la forma que estamos acostumbrados en España, sino que tiene un primer nivel cuyo uso desconocemos totalmente y que queda bastante elevado. Repito, desconozco totalmente la finalidad de dicho nivel, y me parece una auténtica guarrada. Pero dejemos el tema mejor.

Bien pues curiosidades aparte, comienzo a contar nuestro día. Lo primero que hicimos fue ir dirección a la Estación Central, puesto que un poco más hacia su derecha según subes, está la biblioteca desde donde hay unas vistas impresionantes de la ciudad, y un restaurante chino flotante que se llama Sea Palace. En la biblioteca podemos encontrar también una cafetería, un restaurante en la octava planta, un teatro, una sala de exposiciones y una terraza desde la que disfrutar de esa panorámica increíble que os digo. La biblioteca es bastante moderna y recuerdo que había bastantes estudiantes (pero estudiando, no como aquí que sólo dan paseos o salen a fumarse cigarros y a cotillear). El edificio recibe una media de 7.000 visitas diarias, aunque obviamente no todas vayan a hacer uso de la propia biblioteca.



Después de sacar unas bonitas fotos y un vídeo, nos dirigimos a conocer los distintos puntos de interés de Ámsterdam. En primer lugar estuvimos por el anillo este, paseando por los distintos canales y calles tranquilas, y visitando los puentes que hay sobre esta zona como el mítico Magere Brug, el que más fotografías se lleva de toda Ámsterdam.



No muy lejos de aquí está la zona del Plantage, que no la visitamos porque no nos parecía que tuviera demasiado interés, ya que estaba un pelín alejada del centro y lo único que tiene es un Zoo, un planetario y un Jardín Botánico. Ya era casi mediodía cuando llegamos a Rembrandtplein, una plaza donde se concentra todo el ambiente nocturno en Ámsterdam junto a Leidseplein. Sacamos unas fotos a la plaza, que por el día es mucho más tranquila y podemos ver mucha gente pasear o tomar algo en los numerosos bares y cafés que hay.



Lo que es la plaza en sí estaba de reformas, y tuvimos que colarnos por unas vallas para fotografiarnos con la estatua de Rembrandt. Por allí cerca encontramos un sitio donde nos tomamos una Grolsch, cerveza típica holandesa que es suavecita y con un sabor bastante agradable.



Después fuimos al centro tranquilamente, y aunque ya lo conocíamos de haber pasado varias veces, estuvimos haciendo fotos a la Plaza Dam, el Palacio Real (cuya fachada estaba en obras), la Nieuwe Kerk (Iglesia Nueva), y toda esa zona. Paseamos por Kalverstraat, la calle comercial por excelencia de Ámsterdam (tipo Preciados en Madrid), Nieuwezijds Voorburgwal (donde está el centro comercial Magna Plaza, un edificio que es una pasada), y acabamos visitando el Begijnhof o beaterío, un lugar realmente pacífico y que paradójicamente está al lado de la bulliciosa Kalverstraat.






Este tipo de sitios los iremos encontrando poco después en muchas de las ciudades que visitemos, pues son lugares bastante típicos en las ciudades de Bélgica y Holanda. Son espacios dentro de la ciudad donde la tranquilidad domina todo, con casitas que son una pasada en las que actualmente vive gente o son residencias de estudiantes por ejemplo, pero que antaño fueron conventos o lugares de vivienda de religiosos.

Por la tarde fuimos al anillo oeste de la ciudad, que es donde está el barrio del Jordaan, una zona de calles tranquilas y algunas casas típicas con fachadas inclinadas, y donde también se encuentran la Casa de Ana Frank y la Westerkerk.



Destacan las calles de Prinsengracht y Herengracht con unos canales bastante bonitos para fotografiar. Ya era prácticamente de noche, así que de camino hacia el hostal intentamos buscar pan y acabamos comprando setas en un “grow-shop”. Eran de la variedad “psylocibe mexicana”, y nos costó bastante decidirnos a comprarlas, pero pensamos que quizás fuera una buena oportunidad para probar la experiencia. Después encontramos el pan, y nos fuimos al hostal a descansar un poco y a comer algo, porque estábamos cansados y muertos de hambre.



Como el día anterior no habíamos salido, esa noche estuvimos tomando algo en un pub tipo irlandés en Max Euweplein, muy cerca del hostal. Allí me pedí una Murphy que estaba rica, pero debí haberme pedido una Guiness como la que se pidieron Sergio y David, que tenía una pinta tremenda. Tras quedarnos anonadados con una camarera rubia que estaba bastante tremenda ella, nos acercamos al centro y a la zona del Barrio Rojo, y ya sobre la 1 y media de la mañana fue bastante difícil encontrar un lugar por allí para tomar algo, así que nos volvimos para el hostal. De camino vimos una discoteca que tenía una pinta espectacular, pero no podíamos liarnos, ya que al día siguiente nos esperaba un día duro (curiosamente ya contaremos cómo justo una semana después acabamos dándolo todo en esta discoteca). Llegamos al hostal, despedimos el día con unas copillas en la habitación y nos fuimos al sobre.


LUNES 14 : AMSTERDAM – BRUSELAS

Nos levantamos alrededor de las 9, y bajamos a por nuestro último desayuno en el hostal. Arrasamos con la comida como de costumbre, y nada más terminar subimos a por las maletas. Saliendo del hostal a la izquierda encontrábamos Overtoom, la calle donde estaba la sucursal de Hertz, aunque estaba 300 números hacia abajo, así que tuvimos que darnos un paseíto bastante majo con las maletas a cuestas. Entre unas cosas y otras, eran ya las 11 de la mañana cuando llegamos a la tienda y los cabroncetes de Hertz, aún estaban limpiando nuestro coche, así que tuvimos que esperar un rato. Nos dieron el Focus ranchera último modelo, y conectamos el GPS que nos dejó un amigo de Sergio y David. Nada más enchufarlo se quedó colgado y no había manera de apagarlo o volverlo a encender. Fue muy gracioso ver a Sergio sin abrigo buscando un palito por las aceras para intentar resetear el GPS, mientras la gente nos miraba como si estuviéramos locos. No encontramos ningún palito, así que hubo que esperar hasta que por fin se solucionó por sí mismo, y después de volverse un poco loco el chisme, y volvernos a nosotros también, pusimos finalmente rumbo a Bruselas.

Tardamos 2 horas y algo (más o menos lo mismo que de Madrid a Albacete), y por fin llegamos a Bruselas, capital de Bélgica y también de Europa, sede de la OTAN y de la Unión Europea. Una ciudad no excesivamente grande (si la comparamos con Madrid), moderna y al mismo tiempo clásica (se fundó en el año 1000), y con una vida nocturna que no probamos pero de la que no se habla mal del todo. La Región de Bruselas-Capital es una de las tres regiones que forman Bélgica junto a Flandes y Valonia. Esta región es bilingüe, está habitada por belgas que pertenecen a dos principales comunidades lingüísticas : la francesa (más o menos el 85% de la población) y la flamenca (el 15% de la población).
Pero Bruselas es una ciudad mucho más cosmopolita, debido a ser sede de instituciones internacionales, y a ser un foco de inmigración principalmente del Magreb (Marruecos, Argelia y Túnez), de Turquía, y del Congo (antigua colonia de los belgas). Gracias a este último factor, en las últimas décadas han surgido barrios no muy aconsejables de visitar por las noches, y hay que evitar pasear por zonas solitarias cuando anochece.

La entrada a la capital belga fue un poco agobiante. En la región de Bruselas-Capital, hay más de un millón de personas repartidas en 19 pueblos, pero lo curioso es que no hay separación física entre ellos. Es decir, imagínate que vas por una misma calle que cruza varios pueblos, y no sabes exactamente dónde coño estás, pues así nos sentíamos nosotros. Ya no te quiero ni contar la empanada mental que tenía encima el GPS, porque es que encima puede haber varias calles que se llamen igual y cada una esté en distintos pueblos, aunque a ti sigue sin darte la sensación de que hayas salido de Bruselas, porque todo lo ves continuado.



Gracias a Dios pronto dimos con el Palacio Real y el Parque Bruselas (de casualidad eso sí). El Palacio Real de Bruselas es la residencia oficial de los Reyes de Bélgica, es del siglo XVIII. En su interior hay una colección de tapices de Goya, y de pinturas flamencas de Rubens, o Van Dijk. Aunque nosotros no entramos porque no estaba abierto, puede visitarse por el público, mereciendo la pena especialmente la Sala del Trono con sus lámparas de araña y tapices.

Aparcar el coche en Bruselas no fue tarea fácil, y por fin llegamos a lo que parecía ser un barrio lleno de comercios árabes, donde no había que pagar aparcamiento. Pasando un par de túneles vimos un sitio que no tenía mala pinta, y que no estaba muy lejos de una iglesia gótica que personalmente me encantó, su nombre Notre Dame de la Chapelle.



En el límite del barrio de Marolles, esta iglesia gótica destaca por su grandiosidad y por tener enterrados al pintor Pieter Brueghel el Viejo y a su mujer Maria Coecke. De allí no tardamos mucho en llegar al centro, y pronto vimos la gran maravilla de Bruselas, la Grand Place, el corazón de Bruselas y casi me atrevería a decir que de toda Bélgica. Es Patrimonio de la Humanidad desde 1998, y tiene el poder de arrancar una exclamación de sorpresa hasta al tipo más impasible. Sus dimensiones (muy similares a las de un campo de fútbol) y sus edificios renacentistas con elementos flamencos y neoclásicos, le hacen ser una de las plazas más bellas de toda Europa. Se usó como lugar de decapitaciones a mediados del siglo XVI, y en ella estuvieron grandes emperadores como nuestro Carlos V. A finales del siglo XVII el ejército de Luis XIV la destruyó completamente, pero los belgas la reconstruyeron en sólo 4 años.



En su lado Sur está el Ayuntamiento, uno de los más importantes monumentos góticos de toda Bélgica. Iniciado en 1404, no se terminó hasta 1449 cuando se construye su famoso campanario de 96 metros de altura. Su interior también tiene tapices y pinturas, pero no es fácil que tu visita a la plaza sea compatible con los horarios para visitarlo. A la izquierda del Ayuntamiento en el número 8, la “Maison de l’Etoile” (casa de la estrella) con el monumento al héroe que liberó a Bruselas de las tropas del conde de Flandes. En el 10 está la Maison de l’Arbre d’Or, (casa del árbol de oro) donde se encuentra el Museo de la Cerveza, el cual no visitamos porque pienso que hay que ser muy selectivo con los museos, y no mola nada perder tiempo y dinero en museos en los que realmente no vas a ver algo realmente excepcional.
En el lado este se encuentra el Palacio de los Duques de Brabante (super chulo), cuya fachada es de estilo neoclásico de finales del siglo XVII, y obra de un genio llamado De Bruy.



En el lado norte, justo enfrente del Ayuntamiento, está la Maison du Roi (casa del Rey), un palacio gótico con una balconada y un campanario espectaculares. Al principio empezó siendo mercado de pan, pero hoy alberga el Museo de la Ciudad de Bruselas el cual no vimos.



En la parte oeste hay locales y comercios con terrazas, donde podemos tomarnos una cervecita con unas patatas (cuando no haga el frío que nos hizo a nosotros claro). En este lado podemos ver también la Maison des Boulangers (casa de los panaderos) de 1867, con un busto del rey Carlos II de España (sí, siempre presentes muajaja), o la Maison de la Louve (casa de la loba), con un curioso relieve de la loba capitolina y Rómulo y Remo, que la verdad no se muy bien qué pintaría allí.



Después de fotografiar todos los rincones de esta maravillosa plaza, (incluído el gigantesco árbol de Navidad, el Belén, y una chica muy simpática que sin venir a cuento se quiso poner en mi foto para salir conmigo) hicimos una pausa en una cervecería que se llamaba “Delirium Tremens”, muy cerquita de la Grand Place, haciendo esquina. Nos tomamos tres cervezas locales que nos supieron a gloria, y pudimos deleitarnos con la belleza y simpatía de las camareras locales, mientras echábamos un ojo al planning de las visitas y a la vez saboreábamos los matices de las cervecillas. A la par, un grupo de británicos borrachos cuarentones empezaban a hacer el idiota en la barra, y acababan piropeando a unas viejas bruselenses que con sus 50 y tantos o 60 añazos se estaban pimplando unas birras tan ricamente. Como nota humorística, mencionar que por experimentar con marcas nuevas, una de las cervezas que me pedí resultó ser de frambuesa, lo cual me tocó bastante las pelotas porque eso era más un batido de frambuesa que una cerveza, y a mí me apetecía cerveza. Pero por ir buscando novedades, acabé bebiendo batidito rico.

Salimos de la cervecería y nos dirigimos a buscar el famoso Manneken Pis, que es una estatua de bronce de medio metro de altura, situada en la esquina de la Rue de l’Étuve con Eikstraat, en el casco antiguo (muy cerca de la Grand Place). Representa a un niño desnudo meando dentro de la fuente y es sin lugar a dudas uno de los símbolos de la ciudad (junto al Atomium y la Grand Place). Aunque suene a chiste, a la estatua muchas veces la ponen distintos trajes que se guardan en el Museo de la Ciudad, y son toda una ceremonia que incluso va al compás de una banda de música. Estas fechas van acorde al calendario de una sociedad un poco absurda que se hace llamar los “Amigos del Manneken”. Después de ser vestido, el chorro del Manneken se conecta de nuevo y muchas veces salpica a los espectadores por el exceso de presión. Antiguamente, el chorro de agua era sustituido con motivo de las fiestas por cerveza o vino. Como curiosidad según leí, el Manneken ha orinado sidra dos veces. La primera fue en 1995 cuando se celebró el día de Asturias en Bruselas, y la segunda en 2005 en el centenario del Real Sporting de Gijón.
Su historia es toda una aventura. Se dice que desde finales del siglo XIV, ya existía una estatua que fue robada muchas veces. En 1619 se sustituye por otra de bronce que se colocó sobre una columna de seis pies, la cual cambiaron por el actual nicho rococó en 1770.



La estatua que vemos hoy en día es una réplica, porque la original de Duquesnoy está en el Museo de la Villa de Bruselas, ya que en los años 60 robaron la original (aunque después fue recuperada). Hay varias leyendas sobre esta estatua. Una dice que la estatua es en honor al Duque Godofredo II de Brabante (un niño de dos años que vivió en el siglo 12), quien estando en una batalla, fue colgado de un árbol en una cesta y desde ahí les meaba encima a las tropas contrarias, que acabaron perdiendo la batalla (más absurdo imposible). Otra leyenda se remonta al siglo XIV, cuando Bruselas estaba acorralada por invasores de fuera, que habían planeado colocar explosivos en las murallas. Entonces un niño llamado Juliaanske, mientras les espiaba, se meó en una mecha encendida y salvó la ciudad (¿qué hacía un niño meando entre explosivos?). Una tercera nos habla de que un niño orinó en la puerta de una bruja y ésta lo transformó en estatua (claro, claro). Sea cual fuere el origen, lo que está claro es que es motivo de orgullo para los bruselenses, a pesar de su medio metro de altura, cosa que a muchos turistas desilusiona. Hay tres estatuas parecidas en otras ciudades belgas, pero el de Bruselas y el de Geraardsbergen, compiten por ser el Manneken Pis más antiguo. Desde mediados de los 90, el Manneken tiene una equivalente femenina, la Jeanneke Pis, que pasamos de ir a ver, porque ya son tonterías que se inventan para hacer perder el tiempo a los turistas.

Cuando acabamos de ver el Manneken fuimos a comprar los míticos chocolates belgas. Las dos tiendas más míticas son Leónidas y Godiva. En esta última (más cara que la otra pero que parecía más exclusiva), yo compré para mi madre y mi abuela un par de cajitas, que no veas el precio que tienen los dichosos bombones. La señora que trabajaba allí era de Granada, así que en cuanto nos escuchó hablar español se alegró y nos estuvo resolviendo algunas dudas de lugares que aún nos faltaban por visitar. Su hija también trabajaba con ella, y aunque hablaba algo de español ya era totalmente belga. Sergio y David también compraron más chocolate en Leónidas, pero yo preferí esperar fuera fumándome un cigarro, y me hice una foto con un Manneken gigante de chocolate.



Después fuimos hacia la parte alta de la ciudad, en concreto a los barrios del Sablon y Marolles (no muy lejos del centro), para ver el Palacio de Justicia, pero antes de llegar cruzamos por el espectacular Mont des Arts. Es una zona ajardinada muy cerca de la Place Royale, que alberga el museo de Bellas Artes, de instrumentos musicales, una biblioteca…y por las noches es un espectáculo verlo iluminado, así que ya sabéis, si vais no os lo perdais.



Subiendo las escaleras del Mont des Arts, subimos por la calle Koudenberg hasta la Place Royale, dominada por la estatua de Godofredo de Bouillon, uno de los jefes de la Primera Cruzada. Enfrente está el imponente edificio de la Iglesia de Saint-Jacques-sur-Coudenberg, y junto a la misma plaza está el Museo de Bellas Artes que os recomiendo verlo si disponéis de tiempo. Nosotros no pudimos visitarlo pues serían casi las 7 de la tarde y estaba cerrado, además de que no teníamos tiempo material. Justo en esta plaza, Sergio cometió el error de darle bola a un tarao que parecía hindú, y éste le agarró por banda y le tuvo cinco minutos contándole movidas esotéricas e intentando adivinar su vida (casi lo mismo que hacen las gitanas en Granada, Sevilla, y muchas ciudades españolas, vamos)…Lógicamente cuando acabó su predicción, pedía papel moneda y Sergio le dijo que sí, que se cantase otra que en esa desafinaba un poco.





Continuamos buscando el Palacio de Justicia, que resultó estar en obras y sin iluminar. Fue una pena no verlo en condiciones, pues aparte de ser el edificio más grande del siglo XIX, supera incluso en tamaño a la basílica de San Pedro en Roma. Actualmente es el Tribunal Supremo de Bélgica y está en una colina. Justo al lado hay unas buenas vistas de gran parte de la ciudad, así que aprovechamos para intentar sacar unas fotos con la escasa luminosidad que había. Después ya bajando de nuevo, encontramos la catedral de Bruselas, que comparte su nombre entre dos santos, San Miguel y Santa Gúdula. El título de catedral lo tiene desde 1961 porque antes sólo era Colegiata. Se construyó entre los siglos XIII y XV, de estílo gótico, cómo no. No pudimos entrar dentro porque estaba cerrada, así que nos conformamos con una foto a su bonita fachada, que no es poco.



De vuelta a la ciudad baja, vimos un espectáculo visual impresionante que habían montado en la fachada del Ayuntamiento, y que iba al compás de una música embaucadora. La gente dispersa por toda la plaza, miraba totalmente fascinada cómo las luces de colores se iban moviendo al ritmo de la música, y toda la fachada cambiaba su tonalidad progresivamente.



Tras un buen rato del espectáculo (el cual por supuesto grabé en vídeo), pasamos por la plaza de la Monnaie, donde está el Teatro de la Ópera, y a un paseo no muy largo se encuentran las famosas galerías Saint-Hubert, construidas en el siglo XIX y de estilo renacentista italiano. Es uno de los pasajes comerciales cubiertos más famosos y espectaculares de Europa junto al de Milán, y en él podréis encontrar chocolaterías con escaparates espectaculares, cafeterías, tiendas de lujo, relojerías y joyerías…



Habiendo visto prácticamente todo lo que teníamos pensado nos dirigimos hacia Rue de Boucher, una calle estrecha, muy iluminada y absolutamente plagada de restaurantes a ambos lados. Sus relaciones públicas y camareros te abordan por izquierda y derecha sin dejarte respirar, tratando de convencerte de que entres a su local. Nuestra intención era probar el plato nacional por excelencia de Bélgica, “moules avec frites” (mejillones con patatas fritas). Consiste en una cazuela de tamaño medio con un puñado de mejillones al vapor con un caldito con puerros, acompañado de un plato de patatas fritas con un poco de mayonesa. El primer relaciones que nos abordó era el típico listo que sabe tres o cuatro idiomas, y que nos intentó hacer creer con un carnet falso que tenía nacionalidad española. Nos decía que nos invitaba a una cerveza, pero nos sentó tan mal que nos tomara por idiotas con lo del carnet, que pasamos de entrar.



Vimos otro par de sitios con el mismo precio (sobre 10 €), y al final nos decidimos por entrar a uno que se llama “La Moule Provençale”, donde el maitre nos recibió primero amablemente y cuando nos estábamos pensando entrar nos dijo : “Bueno venga, entrar ya dentro y no me hagáis esperar que hace mucho frío”. Obviamente no nos gustó un pelo este gesto, pero como estábamos hartos de dar vueltas y vimos otros sitios que eran bastante más caros, pues entramos a este. El sitio por dentro no estaba mal, un comedor no muy grande pero en el que hacía un frío de morirse, lo cual me pareció lamentable porque ya hay que ser tacaño para no poner la calefacción en un establecimiento público, estando en pleno invierno y con el frío que hacía. Había cuatro personas cenando en el restaurante, dos cuarentones que parecían ser gays y que estaban detrás de la mesa donde nos colocó “el simpático”, y una pareja justo al lado contrario con una pinta un poco lánguida. Nada más sentarnos nos tomó nota “el simpático”, que hablaba algo de español, y le pedimos tres cervezas y tres “moules avec frites”. La cerveza venía incluida en el precio del plato, en un vaso cuya medida era algo menos que un tubo. Como sabía que nos iban a clavar si pedíamos otra, hubo que dosificarla. En menos de 10 minutos vinieron los mejillones con las patatas. No estaban malos, pero eran más pequeños de lo que pensábamos, para mi gusto mejor, porque tampoco me gustan los mejillones muy bastos, pero también es cierto que podían haber compensado el tamaño con la cantidad. Las patatas fritas venían en un plato bastante más pequeño de lo esperado, y sin ningún tipo de salsa, cosa impensable en Bélgica. Enseguida le pedí a un camarero limón para los mejillones y mayonesa para las patatas, pero se lo pedí a uno con pinta moruna, no al “simpático”, ya que estaba haciendo que colocaba las mesas e intentando captar algo de lo que dijésemos (ya digo que hablaba algo de español). La cena se desarrolló en un ambiente un tanto incómodo, con los gays en silencio y sin quitarnos ojo, el “simpático” de pie a unos 8 metros sin quitarnos ojo tampoco, y además escuchando a ver qué decíamos. Mientras tanto la parejita lánguida iba acabando su cena sin ni siquiera levantar la cabeza de sus respectivos platos, el camarero moruno y otra camarera que estaba limpiando andaban cuchicheando vaya usted a saber qué, y un frío brutal se apoderaba de todos nosotros. Realmente todos estos condicionantes nos importaron tres cojones (con perdón), porque no comimos, devoramos. Yo personalmente no dejé ni el caldo de los mejillones, ni una gota de mayonesa en el plato de las patatas. En menos de 20 minutos allí no quedaba nada, y “el simpático” que ya se estaba frotando las manos pensando que íbamos a repetir, se llevó el chasco padre cuando le pedimos la cuenta y al ser 30 € el total (cada ración valía a 10), le dimos el dinero justo y además con monedas sueltas y ni un puto céntimo de propina. Que se joda, así aprende a que con un español no se juega, a que es de mala educación cotillear a los clientes, y a que no se puede ser tan tacaño de no poner calefacción en un establecimiento público. Los mejillones muy ricos, las patatas algo escasas pero también, pero si podéis evitar la visita, ir a otro de los que hay por el principio de la calle, o si vais desahogados de pasta al “Chez Leon” que sin duda es el mejor y más famoso.

De camino hacia donde habíamos dejado el coche, nos percatamos que era cierto aquello que habíamos escuchado de que Bruselas es una ciudad donde hay que tener cuidado por la noche, puesto que nos cruzamos con algunos personajes nada recomendables, entre ellos un grupo de moros que daban bastante asco. Para llegar al coche tuvimos que transitar por algunas calles oscuras y desiertas, así que estuvimos atentos de con quién nos cruzábamos, y enseguida llegamos y comprobamos que el Focus estaba intacto. Así que ya bastante cansados, pusimos el GPS rumbo al hotel Etap.

El hotel estaba muy cerca del aeropuerto, en el barrio de Evere, al lado de hoteles de similares características como Formula 1 o Ibis. Nuestra sorpresa fue que nos cobraron 8 € por dejar el coche en el parking del hotel, lo cual nos pareció un detalle de lo más rastrero. Claro, ya estando allí no vas a dejar el coche en la cuneta de la carretera, fuera del recinto de hoteles. Cuando entramos a la habitación, no nos dio muy buena impresión porque era excesivamente pequeña, y yo que dormí en la litera de arriba, encontré unos cuantos pelos en mi colchón. Pero bueno, intenté no pensar mucho en ello y puse la sábana enseguida por encima. Enseguida cenamos y al rato probamos un poco de setas, que lo único que nos hicieron fue dejarnos más relajados para irnos a dormir. Como la manta que me habían dado no estaba limpia, me tapé con una toalla y mi abrigo, y a dormir.


MARTES 15 : BRUSELAS – LOVAINA – MALINAS – GANTE


Cuando abrimos la persiana de la habitación, vimos que hacía una mañana despejada (de hecho pronto salió un sol radiante) pero era engañoso, porque los campos que habían alrededor del hotel estaban totalmente helados. Después de desayunar algo, nos fuimos hacia Heysel, una zona de Bruselas con un enorme parque donde está la MiniEuropa, un recinto con maquetas de edificios europeos hechos a escala. Allí también se encuentra el estadio Rey Balduíno (antiguo estadio Heysel) donde sucedió la tragedia en la final de la Copa de Europa del 85 entre el Liverpool y la Juventus.





Pero sin duda la estrella de esta zona de la ciudad es el Atomium, colosal monumento construido para la Exposición Universal de 1958, y uno de los símbolos de la Bruselas moderna. Con 103 metros de altura simboliza el elemento químico del Hierro y sus 9 átomos pero aumentado en 150 mil millones de veces y con un peso de unas 2400 toneladas. El arquitecto André Waterkeyn fue el encargado de construirlo en 18 meses.



Por 9 € se puede subir en ascensor o por escaleras mecánicas, nosotros no lo hicimos porque consideramos que es un robo descarado, y porque viéndolo desde abajo te puedes hacer una idea perfecta de las dimensiones. De todas maneras, vimos una puerta metálica abierta, y aprovechamos para colarnos y subir por unas escaleras de hierro, que no parecían ser muy seguras, casi hasta el primer átomo, que ya es una altura bastante considerable. Justo cuando estábamos allí, escuchamos a alguien que nos empezaba a gritar y a gesticular desde abajo para que bajásemos, así que como no queríamos problemas, bajamos. Desde arriba parecía estar bastante enfadado, y yo que bajé el primero, me temía una bronca impresionante en francés e incluso que pudiesen llamar a la policía o algo. Pero en absoluto sucedió eso, simplemente me dijo educadamente que no podíamos subir por ahí porque son las escaleras de servicio y de mantenimiento, y que sólo se puede subir en ascensor o escaleras mecánicas y pagando 9 € previamente en taquilla. Nos preguntó que si éramos españoles, yo creo que no por el acento ni por la piel o el pelo, sino porque nos colamos descaradamente, usando la picaresca española al más puro estilo Lazarillo. Supongo que desde arriba las vistas de Heysel y de toda Bruselas serán buenas, pero ya habíamos visto el día antes por la noche una panorámica de la ciudad. Según leí en algún sitio, en una de las esferas hay un restaurante (Chez Adrienne creo que se llamaba, y que os podéis imaginar que es bastante caro), y en las demás esferas suelen poner exposiciones temporales.
Una vez terminamos de ver esto, tomamos rumbo a Lovaina, la capital de la provincia de Brabante Flamenco, dentro ya de la región de Flandes. Es famosa por su Universidad Católica, en la que dio clases Erasmo de Rotterdam, y que data de 1425 (la más antigua de Bélgica). En este campus predomina el idioma flamenco, y existe otro campus francófono que se instaló el siglo pasado en Lovaina-la-Neuve, un pueblo creado a propósito en la provincia de Brabante Valón, perteneciente ya a la región de Valonia. Es una ciudad de unos 90.000 habitantes (un tamaño medio para lo que es Bélgica), y que en España podía compararse a lo que es Salamanca o Santiago de Compostela, ciudades cuya vida gira en torno a la universidad.

Al llegar a la estación Central, giramos a la derecha por una larga calle que se llama Bongenotenlaan, y que va a parar justo a la Iglesia de San Pedro, en pleno centro. Aparcamos el coche en un parking subterráneo situado en una plaza, junto a la Universidad. Todo el centro es peatonal, y está pensado para recorrerlo a pie o en bici, así que desde allí visitamos la Grote Markt o Plaza Mayor con sus imponentes edificios del siglo XV, como la Iglesia de San Pedro y el Ayuntamiento, obras maestras del arte gótico local.



La iglesia alberga la tumba del Duque Enrique I de Brabante, y tiene una torre con carillón de 50 metros de altura, que estaba pensada para ser el triple de alta pero nunca se acabó. A esta iglesia entramos y la dedicamos un ratillo, porque realmente merece la pena contemplar el gótico en su pleno esplendor también desde dentro.





Lo siguiente que hicimos fue ir hacia el Begijnhof, que de los que vimos fue de los que más me gustó. Como en el capítulo del Begijnhof de Ámsterdam no entré muy en detalle de lo que son estos sitios, lo contaré un poco mejor ahora, aprovechando que el de Lovaina es de los más importantes. Los beaterios son grupos de viviendas ubicados en las afueras de las ciudades (hoy ya no están tan a las afueras), habitadas antaño por mujeres que consagraban su vida a Dios dedicándose a cuidar de los desvalidos y enfermos. Cada beaterío tenía sus propias reglas, aunque por lo general mantenían votos de castidad y obediencia, pero siempre podían abandonar el lugar e irse con un hombre. Estos lugares tuvieron mucha importancia en Flandes entre los siglos XII y XIV, pero hoy han pasado a ser residencias estudiantiles o de alguna órden religiosa. En la Edad Media, cuando la mujer tenía unas condiciones de vida asquerosas, o cuando por enfermedades o guerras muchas quedaban viudas, los beaterios significaron para muchas el poder seguir viviendo en condiciones, con una calidad de vida decente, y un lugar para refugiarse e intentar empezar una nueva vida.
La impresión que me dio cuando vi este de Lovaina, y la que da al ver otros muchos, es la de algo parecido a un pequeño pueblo : casitas en torno a una plaza, jardines, y la iglesia. Está declarado patrimonio de la humanidad por la UNESCO, aunque hoy en día funciona como colegio mayor de estudiantes. Antaño fue una zona residencial muy tranquila que albergaba un viejo monasterio.

Junto al Begijnhof está la iglesia de San Quintín, con unas vidrieras que sin ser muy anchas, sí eran exageradamente altas (quizás las más altas que haya visto).



De vuelta al parking junto a la Universidad, pasamos por la “Oude Markt” (plaza vieja), una plaza en forma alargada, que es el centro de reunión de la vida universitaria. Visto Lovaina, tiramos hacia Malinas, cuyo nombre en flamenco es Mechelen, y puede crear confusiones que pueden joderte un poco el plan si no lo sabes (yo por suerte lo sabía, pero el GPS por ejemplo no).

Aunque tiene cositas por ver, nosotros nos lo ventilamos perfectamente en una tarde, y de hecho creo que en unas 4 horas se ve tranquilamente más que de sobra. En la época de los duques de Borgoña, fue la capital de los Países Bajos ni más ni menos, cuando Bélgica y Holanda aún no tenían definidas sus fronteras como hoy, claro. Hoy tiene que conformarse con ser la capital eclesiástica de Bélgica. Tiene la ventaja de que es una ciudad muy cómoda de visitar, pues sólo está a 25 Km. de Bruselas, y al no ser muy grande y estar todo muy céntrico se ve enseguida. El corazón de la ciudad es la Grote Markt (como veremos en casi todas las ciudades), que está junto a la catedral. En la plaza está el Ayuntamiento con sus dos edificios (el Mercado de Paño y el Palacio del Tribunal Supremo) y la Estatua de Margarita de Austria. Cuando nosotros empezamos a pasear ya había bajado mucho el frío, estábamos congelados y soplaba un viento polar importante, pero aún así en la plaza se veía movimiento. Lo normal es que esté hasta arriba de terrazas, de gente paseando, algunos puestos para comprar algo…También hay que decir que gran parte de la plaza estaba vallada, y había una legión de policías agrupados, que no se muy bien qué pintarían allí.




La estrella de Malinas es sin duda la Catedral de San Romualdo (el nombrecito se debe al santo irlandés que trajo el cristianismo a la ciudad). Pero la catedral no sería lo mismo sin el espectacular campanario, el cual es visita obligada. En primer lugar porque no todos los días se sube a un campanario gótico como ese, en segundo lugar porque te dan una PDA con una audioguía en español que te va explicando todo perfectamente, y en tercer lugar porque cuando llegas arriba las vistas de la ciudad y de los alrededores son simplemente espectaculares. La entrada creo que costaba 7 € o así, pero merece muchísimo la pena (entrar solamente a la iglesia es gratis). Si quieres subir, has de saber que son unos 500 escalones de piedra que primero hay que subir y luego volver a bajar obviamente, y son en forma de caracol (rollito medieval).


El ver el funcionamiento de un carillón, de un campanario, ver las escaleras y las estructuras de piedra y madera, eso no tiene precio. Pero subir 97 metros de altura, llegar hasta las almenas de la torre, divisar la ciudad con todos sus barrios y plazas, y ver toda la comarca mientras el sol se va y cae la tarde, eso sí que es difícil de olvidar. A mí cuando bajaba me entró un sueño así de repente, que si no fuera por el frío que hacía allí arriba, me hubiera quedado dormido en un banco esperando a que Sergio y David acabasen de echar unas fotos.



Estar atentos porque las visitas a la torre son de 10:00 a 18:00, pero ya si entras en torno a las 17:30 tienes complicado entrar porque es muy difícil que en media hora te hagas todo. Nosotros tardamos una hora o así. Como anécdota curiosa, pudimos escuchar en la audioguía, el porqué a los malinenses les llaman los “apagalunas”. Resulta que una noche, un borrachín que se había tomado unas cuantas birras de las guapas, creyó ver que la torre de la catedral estaba ardiendo. Empezó a gritar por todo el pueblo que había fuego, y la campana empezó a sonar. Todos los vecinos fueron cogiendo cubos de agua y subieron en cadena a la torre, pero cuando llegaron arriba del todo se quedaron de piedra al ver que lo que desde abajo parecía ser fuego, era en realidad el reflejo de la rojiza luna de febrero. Desde entonces a los malinenses se les llama los “apagalunas”.

Malinas, al igual que Lovaina y muchas ciudades de Bélgica y Holanda, tiene su Begijnhof (o beaterio). Antigüos barrios declarados Patrimonio de la UNESCO. En nuestro caso no lo visitamos, porque esa misma mañana ya habíamos visto el de Lovaina, y anteriormente el de Amsterdam, y ver el de Malinas era más de lo mismo. Además ya había anochecido, queríamos dar un paseíto por el centro, y aún teníamos que volver al Carrefour a por el coche y llegar hasta Gante, con lo que ese tiempo nos lo ahorramos.

Otra iglesia importante es la de San Juan (Sint- Janskerk), famosa por tener la "Ofrenda de los Reyes Magos" de Rubens. Ya totalmente oscurecido el cielo, pudimos ver el Palacio de Margarita de Austria, un edificio con una fachada renacentista que no está mal, pero yo me esperaba algo bastante más grandioso, y es más bien un edificio normal, que hoy día hace las veces de Juzgado Municipal. Además no pudimos entrar porque ya eran las 6 de la tarde y estaba cerrado. Así que vuelta al coche, previo paso por el Carrefour para comprar el pan y la Coca Cola como ya es habitual.

Ya de noche nos fuimos hacia Gante, donde pasaríamos la noche. Al llegar, fue un absoluto caos a la hora de organizarse para encontrar el hotel, puesto que los dos que buscábamos no coincidían donde decía el GPS y otros hoteles eran muy caros, así que preguntando en un hotel nos explicaron cómo ir al Hotel Adoma, que era uno de los que buscábamos. El hotel era bastante pequeño, muy familiar, y junto a la vía de tren. El precio no nos pareció mal para lo que es Gante, así que decidimos quedarnos. La sorpresa fue que al abrir la habitación, descubrimos que era enorme y estaba totalmente enmoquetada, bastante limpia, y con una tele de plasma con mogollón de canales. También tenía una mesita con unas sillas, las cuales usamos para tomarnos nuestra cena. A mí esa noche me apetecían unas cervecillas después de cenar, pero como al final no salimos, yo aproveché para tomarme las setas, las cuales cuando parecía que me estaban dejando relajado, me sentaron mal y las poté todas. Y no será porque no le pregunté al inútil que nos las vendió que si influía el hecho de tomarlas con el estómago vacío o no. Nos dijo que no importaba, ¡una mierda no importaba!, como que hay que probarlas con el estómago vacío, cosa que me enteré después (junto a otras muchas) que el inútil no nos dijo. Así que ya sabéis si decidís probarlas hacerlo con el estómago vacío, con una decisión firme de hacerlo (no lo hagáis si tenéis dudas porque entonces os sentarán mal seguro), y que siempre haya alguno que os pueda controlar. Después de esto me quedé viendo un partido del Manchester que estaban dando por la tele, y plácidamente me quedé dormido. Me quedé con muchas ganas de salir por Gante, porque dicen que es una ciudad con una marcha bestial, pero era martes y Sergio y David tampoco estaban con muchas ganas de fiesta, así que a repostar energías.


MIÉRCOLES 16 : GANTE – BRUJAS

Esa mañana me levanté el primero, recuperado de fuerzas. Me duché, recogí las cosas de la maleta y me puse a desayunar mientras Sergio y David iban turnándose haciendo lo propio. La señora del hotel demostró totalmente ser una dama, al tirarse el rollo muchísimo y dejarnos tener su coche aparcado allí mientras visitábamos el centro hasta el mediodía. Eran sobre las 9, así que teníamos 4 horas y media para ver la ciudad (yo creo que es tiempo de sobra). Fuimos andando hasta el centro, que eran unos 15-20 minutos de paseo a ritmo tranquilo, y allí empezaba lo bueno.

Gante fue en el S. XVI la segunda ciudad más grande de toda Europa al norte de los Alpes, después de París. Hoy es una ciudad que rebosa historia, magia, vida universitaria, y ante todo está en un enclave perfecto, a 50 kilómetros de Brujas y a otros 50 de Bruselas, siendo paso y parada obligatoria para ir de una a otra ciudad. También es una ciudad situada en la confluencia de dos ríos, el Escalda y el Lys, de ahí su nombre original “Gand”, que en céltico antiguo significaba confluencia. Gante es la tercera ciudad de Bélgica, y de los 250.000 habitantes que tiene, unos 50.000 son estudiantes, así que imaginar las que se tienen que montar aquí cuando no hay exámenes.

Las tres torres son el símbolo más representativo de la ciudad. Corresponden al campanario de la Catedral de San Bavón, al Belfort (Atalaya) y a la torre de la iglesia de San Nicolás. Desde el puente de San Miguel está la mejor vista de todo Gante, y de ahí es desde donde sacareis las mejores fotos panorámicas.



Nosotros no subimos al Belfort, pues el día anterior habíamos subido al campanario de Malinas, y esto eran 8 euros. Preferimos usar nuestro tiempo en recorrer las calles y descubrir los rincones. Pero a pesar de no subir, merece la pena una foto y pararse un rato a mirarla. Construída en 1313, fue el símbolo de poder y autonomía de la ciudad. Está declarado por la Unesco "Patrimonio de la Humanidad". El ayuntamiento me pareció una pasada, especialmente la majestuosidad de su torre. Todo ello está impregnado de un gótico deslumbrante.



A la catedral sí entramos, y echamos algunas fotos. Ponía que estaba prohibido, pero allí nadie se cortaba un pelo, así que yo no iba a ser menos. Los orígenes de éste edificio empezaron siendo una capilla de madera, pero tras sucesivas reformas románicas, y góticas entre los siglos XIV y XVI, el edificio ha quedado como lo vemos hoy en día.



Ver el mítico cuadro de Van Eyck de “La Adoración del Cordero Místico” valía 3 €. Pagar ese precio por ver un solo cuadro que debería ser gratis, me pareció una estafa tan grande, que a pesar de fliparme con la pintura flamenca, me negué a pagarlos.



En Gante nació Carlos I, y aunque hoy ya no existe el castillo donde vino al mundo, sí se conserva el Gravensteen (Castillo de los Condes), un castillo enorme del S. XIII rodeado de un foso, muy cerca del mismísimo centro. En su larga existencia ha sido residencia, cárcel, Casa de Moneda, y almacén de algodón. Nosotros no pudimos entrar, dentro del edificio pero sí estuvimos paseando por el patio y por los alrededores.





Después al volver pasamos por los muelles de las hierbas y de los graneros, junto al canal. Para los ganteses esta zona es la más bonita de su ciudad, no se porqué pero al parecer es así.



También pasamos por uno de los tres beaterios que tiene la ciudad, y como todos ellos desprendía una sensación de paz asombrosa.







Habiendo disfrutado de Gante durante una mañana entera, volvimos al hotel para recoger el coche y tomar rumbo a Brujas. Ese día me tocaba a mí de conductor, así que pusimos el GPS y después de perdernos y comernos un atasco a la salida de Gante por culpa de él, por fin salimos a la autovía y no tardamos mucho en llegar a Brujas. Aparcamos en un parking no muy lejos del centro, y desde allí empezamos a disfrutar de una de las ciudades más románticas de Europa, conocida como “la Venecia del Norte”.

Brujas fue en la Edad Media una ciudad muy potente económicamente, aunque decayó mucho cuando perdió su puerto. En flamenco se la conoce como “Brugge”, que significa "puentes", debido a todos los que cruzan la ciudad. Hoy día es una ciudad donde se respira una vida apacible y tranquila, que aún mantiene ciertos aires de tiempos pasados. Sus hermosos canales, sus puentes, las casas y viejos edificios, y el carácter abierto y amigable de su gente, hacen que cualquier persona que pise este lugar siempre quiera regresar. Por algo la UNESCO nombró a toda la ciudad “Patrimonio de la Humanidad” en el 2000. Dos años después, en 2002, compartió capitalidad europea de la cultura junto a Salamanca.



Con sus 120.000 habitantes, y a unos 90 kilómetros de Bruselas, esta ciudad ha sabido adaptarse a los tiempos modernos sin perder el encanto del pasado, y esa combinación junto a la manera que tienen de cuidar el turismo y al turista, han hecho que sea uno de los destinos más visitados de Europa anualmente. Cómo estaríamos de flipados con la ciudad, que mandamos a la mierda los planes de viaje, y mientras tomábamos unas cervezas, decidimos que en vez de dormir en Maastricht para adelantar viaje, pasaríamos la noche en Brujas, a pesar de haber visto casi todo durante esa misma tarde.

Entre todo lo que vimos, la Plaza Mayor y la Plaza Burg se llevan la palma, sin duda son el corazón de la ciudad. El campanario gótico de 83 metros es lo que más sobresale. Construído entre los siglos XIII y XVI, tiene más de 300 escalones. Se puede subir pagando una entrada de unos 6 u 8 €, creo, aunque nosotros no perdimos tiempo, porque lo que realmente queríamos hacer era perdernos por Brujas y mirar ensimismados sus rincones. En medio de la plaza, está la estatua a Pieter de Coninck y Jan Breyde, que son dos héroes locales cuyas hazañas desconozco, pero allí deben de ser muy famosos. Las fachadas de las casas le dan un recogimiento, y una armónica belleza a todo el conjunto.



En la Plaza Burg está la basílica de la Santa Sangre, formada por dos capillas : una románica, y la superior neogótica. En esta iglesia se venera una reliquia de la Sangre de Cristo, traída de Tierra santa por el Conde de Flandes, en la segunda cruzada. El Ayuntamiento, de finales del siglo XIV, tiene una fachada gótica espectacular, coronada por tres pequeñas torres. Completan la escena arquitectónica de la plaza, una antigua escribanía renacentista, y un palacio (ambos del siglo XVI).

La Iglesia de Nuestra Señora, fue lo siguiente que visitamos. Construída de los siglos XIII al XV, y con una torre de ladrillo de 122 metros de altura, es la iglesia estrella de Brujas para mi gusto.



Por dentro me encantó, y además tiene muchas pinturas de autores famosos y un mausoleo del siglo XVI perteneciente a María de Borgoña y Carlos el Temerario.



De pasada vimos la Catedral de San Salvador, la iglesia más antigua de Brujas, construída entre los siglos XI y XV. Tiene una torre enorme que se ve desde la lejanía, antes de llegar a la ciudad. Aquí no entramos, sólo saqué una foto a la fachada.

La zona que no os podeis perder de Brujas y de las que más me gustaron a mí, es la del Minnewater (o lago del amor). Es un bucólico lago, con sauces y demás árboles en las orillas, edificios de cuentos de hadas, y una tranquilidad insólita. Impagable ver el cielo rosa del atardecer, reflejado en las quietas aguas del lago, y los cisnes moviéndose lentamente.





En Brujas es muy habitual ver cisnes y patos, de hecho los cisnes forman parte de una leyenda del siglo XV. Cuando Maximiliano de Austria subió los impuestos en el siglo XV, hubo una revuelta contra él, y se cargaron a un pez gordo que su escudo nobiliario era un cisne. Cuando se calmó la cosa, Maxi mandó que se cuidase a los cisnes dándoles de comer como a reyes, para que procrearan y de esta forma castigar el crimen. Absurdo pero anecdótico.



Cuando ya habíamos visto casi todo lo que más interés tiene, nos fuimos a una tienda de “frites”, típicas patatas fritas belgas que están riquísimas, y mucho más si llevas un día sin probar bocado. Nos pedimos el cucurucho más grande que había a rebosar de patatas. El hombre (super simpático), nos recomendó pedir la salsa samurai, porque la mayonesa nos dijo que es muy estándar. Le hicimos caso, y efectivamente estaban tremendas las patatas y la salsa, pero ésta última picaba de cojones. A mí me encanta el picante, aunque el médico me dijo alguna vez que no le mola un pelo que me ponga cerdo a comer cosas picantes, pero bueno, un día es un día.
Como no teníamos nada al alcance de la mano para calmar esa sed y ese ardor, nos metimos en un bar que había allí cerca junto a un canal, que también tenía tienda de cervezas. No os exagero si os digo que nunca en mi vida he visto más tipos y marcas de cervezas juntas. Nos tiramos como 20 minutos mirando miles de marcas y botellas, tanto en la tienda como en la vitrina del bar. Por fin nos sentamos en una esquinita, al lado de un tonel enorme que hizo las veces de mesa, y pegados a un ventanuco desde donde se veía todo el canal iluminado. Nos pedimos 3 cervecitas y allí decidimos que de irnos a Maastricht nada, que aquella preciosidad había que vivirla de noche. Le preguntamos a una camarera treintañera que estaba bastante buena, que si sabía algún sitio barato que estuviese bien por el centro, y nos recomendó uno de los que yo tenía apuntados, así que fuimos a por el coche al parking, y nos pusimos manos a la obra a dar vueltas por el centro. Y bingo! Encontramos un hostal nada caro, el St. Christopher Bauhaus (19 € pero sin baño). Como no nos importaba por una noche no tener baño, nos quedamos con eso tan contentos. Nos metimos a la habitación, que estaba bastante limpia, y cenamos a saco. Nos vestimos y empezamos a beber unas copillas en la habitación. Salimos a ver el ambiente nocturno, y a pesar de ser un miércoles, había movimiento en la calle.



El mejor sitio que encontramos fue un bar que era parte de un hostal, pero que era muy grande y estaba de puta madre. Estaba petado de gente y tenía la música a un volumen que en España podríamos llamar “alto”.



Allí nos pusimos muy cerdos a beber, pero cuando digo cerdos, es cerdos. Había dos camareros, uno era el típico italiano flipado que por ser italiano va de divo sin serlo (son los argentinos de Europa), y otro era un personaje residente en Brujas, alto y delgadito, con una coleta estilo heavy-metal. Era un auténtico cabrón estafador, pero al final acabó siendo la coña del viaje, y en muchas ocasiones acabamos literalmente llorando de la risa recordando sus hazañas. Bien, pues empezamos la noche con diversas cervezas de doble fermentación, luego de triple, y acabamos tomando una cerveza de 14º. Después vino el momento Juggermeister, un licor con sabor a anís de regaliz que nos acabó de animar la fiesta. Ahí ya, nos dimos cuenta que “el coletas” (sobrenombre con el que posteriormente le bautizamos), nos decía un precio diferente al que marcaba la caja registradora, después de quedarse un rato pensando. Al principio no le dimos importancia, pero después le pedí un chupito muy fuerte, que fuese típico de la zona, y se sacó de la manga uno que se acababa de inventar. Le digo que cuánto es, se queda pensando, en la máquina marca una cifra distinta que ya no recuerdo, y me dice que son 5 €. Sólo por ver a Sergio llorando de la risa, la actitud amistosa del “coletas”, su arte para estafar al guiri (más andaluz de chiringuito que belga), y la situación de euforia colectiva que se estaba viviendo en esas banquetas, sólo eso mereció la pena para que nuestro amigo el coletas se llevase los 5 euros de premio por su chupito inventado. Después ya, riéndonos a más no poder, le digo que si no tiene otro todavía más tradicional. Y el muy cabrón me dice (traducido) : “Oh si, mira tengo este. Éste se bebe mucho aquí en esta época del año”, y me enseña una botella de mierda de color blanco tipo Malibú, con unos dibujitos de niños pequeños, que ponía algo de Tropical o algo así. Las risas ya no podían ser más salvajes, y yo para seguir la coña le pregunté que cuanto valía un cubata de Black Label de Johnny Walker, y va el tío y me dice 6 euros. ¡6 € un Black Label !, este tío se había vuelto loco. Ahí nos ves al binomio Sergio-Pepe tomándonos un Black Label rico rico de oferta. Cuando nos fue a cobrar el coletas, fue la risa, porque le damos el dinero justo, y dice : ¡Oh no, mierda, os he cobrado de menos las copas, me teníais que haber dado 9! ¿Tenéis 3 €? Obviamente le dijimos : “no tio”. Además nos contó que para ir a Amberes por la autovía había mucho tráfico por las mañanas, y sacó un boli para apuntarnos las direcciones del MSN y facebook, porque decía que quería ir a España y nunca había salido de Bélgica. Obviamente nunca nos agregamos, pero yo me quedé con su boli, muajaja. Y es que por muy “coletas” que sea, choricear a un español en Europa no es nada fácil. Eso sí, el tío apuntaba maneras, y lo hacía todo de tal modo que era imposible no descojonarte. De hecho de aquí al final del viaje, cuando nos aburríamos o cuando había algún precio que nos parecía un poco estafa, rememorábamos a nuestro gran amigo “el coletas”, y había cachondeo para rato. Con la tontería ya eran casi las 3 y media de la mañana, así que salimos del bar, en un plan que nos faltaba hacer el pino y cantar el “Asturias patria querida”.

Cuando llegué tuve la osadía de tomarme un cubata antes de irme a dormir. Eso sí, independientemente de la alegría que llevaba en mi cuerpo, antes de conciliar el sueño, tuve clara una cosa : Brujas dejará siempre huella en mi memoria.


JUEVES 17 : BRUJAS – AMBERES – MAASTRICHT – BREDA

Cuando puse el pie en tierra y descubrí la cortina de la habitación del hostal, pude comprobar que una nevada salvaje había caído de madrugada. A pesar de que hacía un frío de órdago, pudimos ver Brujas de día, de noche e iluminada, y también nevada.
Fuimos a llevar las maletas al coche, y a dar una vuelta para disfrutar del paisaje nevado y echar unas fotos como Dios manda. Algo que no pude conocer fue el Groeningemuseum, el cual me hubiera encantado visitar, porque está dedicado a la pintura flamenca y ya digo que me gusta mogollón. Pero teníamos un poco de prisa por cuestiones del temporal de nieve, y Sergio y David tampoco tenían muchas ganas de meterse a otro museo. De todos modos, mejor, así tengo una excusa para volver otra vez.

Cuando nos hartamos de andar, y en mi caso de hacer el tonto con la nieve, volvimos y pillamos la autovía, pero ahí empezaron nuestros problemas. Un atasco impresionante, nos hizo estar prácticamente parados durante casi dos horas, y entrar a Amberes nos costó lo que no está en los escritos. Cuando llegamos aparcamos en un sitio que no era de pago, pero no nos quedamos bien con la situación de la calle, y nos desorientamos para buscar el centro. Craso error, cuando quisimos volver al coche, tardamos una hora y media en encontrarlo. Mientras esto estaba sucediendo, yo tenía un hambre que me estaba hasta mareando, me estaba meando de una manera que no se puede describir, y tenía los pies absolutamente calados (había como 20 centímetros de nieve). Tampoco podíamos preguntar a la gente, porque no teníamos datos orientativos para darles, sólo que estaba cerca del puerto, pero claro el puerto de Amberes es bastante grande. Al final gracias a algún punto de referencia y a dar muchas vueltas, conseguimos encontrarlo.

Amberes, con 500.000 habitantes, es la segunda ciudad más importante de Bélgica. Su situación a orillas del río Escalda, le dio desde siempre gran importancia comercial y lo ha convertido en una ciudad cosmopolita. Su puerto es el segundo más importante de Europa, después de Rotterdam. Amberes también es la ciudad del diamante (concentra casi el 90% de la producción mundial), negocio que empezó a promoverse por la comunidad judía. Muchos de los talleres y tiendas pueden verse cerca de la estación central, aunque nosotros pasamos de todo este tema. Nosotros decidimos perdernos (y nunca mejor dicho) por el centro y los alrededores de la Grote Markt (Plaza Mayor), donde están las calles y edificios más bonitos de Amberes de los siglos XVI y XVII. Cuando llegamos a la plaza nos encontramos un ambientazo impresionante.



Toda la juventud de la ciudad y otros no tan jóvenes abarrotaban la plaza tomando cervezas, chupitos y copas (a pesar de ser una mañana gélida) y una pista enorme de patinaje se había instalado enfrente del ayuntamiento, que tiene una fachada espectacular del siglo XV.



Al lado está la imponente catedral, con su altísimo campanario, sus vidrieras y unos cuantos cuadros de Rubens. Amberes fue la ciudad de adopción del pintor barroco más popular de toda la escuela flamenca de la época. La catedral es la más grande de toda Bélgica y una de las iglesias góticas más importantes de toda Europa. La iglesia es del siglo XIV, y la torre se acabó en el siglo XVI, y tiene un fantástico carillón que toca melodías que podemos oir a mucha distancia.





Rubens tiene una casa-museo dedicada, pero nosotros pasamos de ir, porque no queríamos perder más tiempo del que ya habíamos perdido en la carretera, y hacía un frío que era difícil de soportar. En la plaza también destaca una estatua en honor a un tal Silvio Brabo, un héroe local que según la leyenda, fundó la ciudad venciendo al tirano Antigón. Le cortó la mano y la lanzó al río. Y el nombre de Amberes en flamenco, que es Antwerpen, viene de ahí precisamente ("hand” es mano y "werpen" es lanzar, así que deducid vosotros mismos).



Después de la plaza, seguimos hacia el puerto por la calle Suikerrui, con edificios muy bonitos a ambos lados. Cuando llegamos al puerto flipé con el tamaño del río Escalda, y con las dimensiones del puerto en sí.



Siguiendo un poco a la derecha encontramos el castillo Het Steen. Antiguamente a este castillo se le llamaba Castillo de Amberes a secas, pero Carlos V lo reconstruyó y se le puso este nombre.



En su larga historia, fue una prisión en la que los reos (divididos entre pobres y ricos) esperaban su sentencia, que podía ser mutilarles, matarles, o quemarles vivos (vaya tela). Una parte de la prisión se tiró porque era necesario conectar las dos partes del puerto. El resto del edificio contiene un museo marítimo. Aquí, también hay un monumento conmemorativo a la Segunda Guerra Mundial, y frente al castillo otra estatua de un personaje mitológico flamenco, el Lange Wapper. Cuenta la leyenda del siglo XVI, que fue un gigante que se dedicaba a joder al personal de la zona, especialmente a los niños y a los borrachos (a los únicos que dicen la verdad), todo un cabronazo vamos. Seguimos a la derecha junto a los muelles del puerto, y nos metimos por una avenida donde estaba la Iglesia de San Pablo y otra iglesia misteriosa a la que no soy capaz de ponerla nombre pues no la ví en ninguna de las guías de viaje que me estuve leyendo.

Como anécdotas divertidas mencionar especialmente dos. La primera fue que sin saberlo, nos encontramos con una calle entera llena de escaparates con mujeres, igual que en Ámsterdam (otro Barrio Rojo, vamos). La segunda que una pareja con una pinta de vagabundos que no podían con ella, nos escucharon hablar en español y nos abordaron. Eran de Barcelona y según ellos se habían ido allí a buscarse la vida. Yo creo que aún la estaban buscando, porque vaya dos personajes. Ella era horrible, hablaba super raro, y me recordaba a la niña de Shrek, y él tenía una pinta de yonki que no podía con ella. A pesar de eso nos indicaron para llegar al centro, y fueron majos.

Cuando salimos de Amberes, ya estaba la tarde cayendo, así que sabíamos que nos tocaría ver Maastricht de noche, y decidimos sacrificar Eindhoven por culpa del tiempo en sus dos acepciones, tanto meteorológico, como cronológico (no nos daba tiempo ni de coña).

A Maastricht llegamos ya a última hora de la tarde, tras un trayecto en el que no paró de nevar de una manera que nunca había visto. A ambos lados del Río Mosa (Maas en holandés), y en el triángulo donde confluyen Bélgica, Alemania y Holanda, se sitúa Maastricht. Una ciudad de orígenes celtas, que luego fue ocupada por los romanos en la época de Julio César (de hecho es junto a Nimega la ciudad más antigua de Holanda). Hoy es famosa por los tratados que allí se han organizado. En la ciudad reina un ambiente cultural y pijito que se nota desde el primer momento que llegas. Tiene 130.000 habitantes (más pequeña que Leganés), pero como está muy cerca de Aquisgrán y de Lieja, forman un mogollón urbanístico importante.

Aparcamos en un parking junto a la Grote Markt, que ya sabéis que es la plaza Mayor. Allí estaba el Ayuntamiento y una estatua de un hombre que no supimos quién es y que tenía una antorcha encendida en la mano.



Nos limitamos a dar un paseo por el centro, para ver las calles comerciales, con bastante movimiento navideño como es lógico. Una plaza tenía mogollón de puestos de comida, de dulces navideños, de regalos, y había instaladas muchas atracciones de feria, destacando principalmente una noria gigante multicolor que se veía desde que entras a la ciudad.




La noria sobresalía por encima de todo, y yo la verdad, no se cómo había gente que tenía los suficientes cojones de subirse hasta allí arriba, con la que estaba cayendo de frío.Vimos también el río Mossa iluminado y un puente bastante grande. El antiguo bastión militar que llaman “Hoge Fronten” no pudimos verlo, porque la oscuridad era total, muchas zonas estaban cerradas, y todo el entorno que ya de por sí está retirado del centro, estaba muy solitario (vamos que no molaba un pelo ver el castillito o lo que fuera).

Volviendo al centro, la Plaza de Nuestra Señora, alberga la Basílica del mismo nombre, que existía ya en el año 1000. Su fachada es bastante rara, y es inmensa. Está coronada por dos torrecillas cilíndricas con arcos románicos. La iglesia no la vimos por dentro, pero tiene un aspecto medieval muy raro de ver en Holanda.



La Plaza Vrijthof es otro punto característico de la ciudad, con un teatro y dos iglesias que también estaban cerradas, con lo cual pasamos de largo y nos volvimos hacia el parking donde teníamos el coche.



Fuimos hasta Breda, y allí estuvimos buscando el hotel. Dormimos en un Première Class, que encontramos tras preguntar en un par de gasolineras. Al pillar la habitación, en recepción insistieron mucho en que cuidásemos la habitación y no fumásemos o nos podían echar del hotel y cobrarnos 20 € más. Ni que la habitación fuera la suite del Ritz, porque encima fue llegar y abrir la puerta de la misma, y llevarnos la sorpresita de que la habitación estaba sin hacer y con restos de un botellón bastante importante. Bajamos a reclamarlo a recepción y nos dieron otra habitación. El sitio era un típico motel de carretera, que sirve para pasar una noche y poco más. A mí no me convenció mucho, la habitación muy pequeña y no muy bien cuidada. Tampoco podíamos exigir mucho por 50 € que nos costó la triple. Cenamos y nos pusimos a ver la tele hasta que nos entraron ganas de dormir.


VIERNES 18 : BREDA – ROTTERDAM – DELFT – LA HAYA – NOORDWIJK

Empezó mal la mañana porque por hacerme el higiénico y no dejar nuestra bolsa de basura en el pasillo (como había hecho más gente) me la bajé al parking, y al intentar meterla en una papelera me corté en un dedo con una de las numerosas latas que había. El corte no era muy grande, pero sí bastante profundo y sangraba bastante. Recuerdo que la sangre caía y se iba mezclando con la nieve. Se me ocurrió meter el dedo un rato en la gruesa capa de nieve que llegaba hasta por encima del tobillo, y el corte pareció dejar de sangrar por momentos, pero de nuevo empezó a brotar la sangre abundantemente. Estuve hasta mediodía ayudándome de un kleenex para que la herida dejase de sangrar, porque tardó bastante en cicatrizar.

Breda la vimos enseguida, porque a pesar de tener más de 150.000 habitantes, lo que interesa es básicamente el centro, que se ve en un paseo. Es una ciudad fluvial, y como buena ciudad holandesa está rodeada de canales. Perteneció primero a la Casa de Brabante hasta comienzos del XV, cuando pasa a manos de la Casa de Nassau. Nuestros antepasados españoles la conquistaron en 1581, en la época del gran Felipe II. En 1590 los holandeses la recuperaron, hasta que en 1625 se la volvimos a quitar (esto está representado en “La rendición de Breda”, el famoso cuadro de Velázquez que muchos hemos estudiado en el cole). Pero en 1637 los holandeses nos dieron finalmente la patada. Fue entonces en esta época cuando pillamos una notable fama de cabrones en toda esta zona. Como curiosidad extra, decir que el mundialmente famoso Dj Tiësto nació aquí.

En nuestro paseo por Breda, recorrimos las calles del centro, con numerosos comercios, y llegamos a la plaza donde está la Iglesia de Nuestra Señora, muy querida por los nativos del lugar y también por los visitantes. Su campanario y su esplendorosa torre, de estilo gótico local, es visible desde cualquier punto de la ciudad.





En el centro de Breda, además de la Iglesia, destaca la Plaza Mayor (Grote Markt). En la misma Grote Markt se halla el ayuntamiento, y no muy lejos de allí está el castillo de los condes de Brabante.



Se puede ver por fuera, pero no se puede entrar porque hoy es la sede de la academia militar, y solamente permite visitas una vez al año. Junto al castillo hay una plaza llamada Kastellplein, con una estatua muy chula en honor a Guillermo III.



También cerca de aquí está el Begijnhof, otro más que visitamos, este quizás un poco más modesto que los otros. Habiendo visto rápidamente Breda, y con una mañana de sol radiante, pusimos rumbo a Rotterdam, ciudad del gran Erasmo, el Pelé de los humanistas.

Rotterdam es el puerto más importante de Europa, por donde entran mercancías a cascoporro y mogollón de contenedores. El Europoort es una exageración de puerto, yo aluciné cuando lo vi. La ciudad es bastante grande, y su arquitectura en líneas generales es totalmente moderna, principalmente porque los putos nazis se la cargaron prácticamente toda en la Segunda Guerra Mundial. A pesar de ello, a mí me gustó bastante, sobre todo los enormes edificios, los muelles del puerto, y el puente de Erasmo, una auténtica pasada de la ingeniería.



Además de esto, en Rotterdam casi cualquier cosa de tipo arquitectónico es producto de nuevos estilos, todo es increíblemente nuevo y futurista. Entre la periferia y la propia ciudad, hay casi tres millones de habitantes, así que podéis imaginaros que la densidad de población es bastante salvaje en esta zona de Holanda. Hablando de temas demográficos, he de decir que vimos unos cuantos inmigrantes (casi todos magrebíes). De hecho nada más aparcar en el primer sitio, no llevábamos ni dos minutos andando, y un coche lleno de moros se paró al lado y empezaron a hablarnos en un idioma ininteligible pero que comprendimos perfectamente que sus intenciones eran vender droga (obviamente hicimos caso omiso).

Aquí en Rotterdam confluyen el Rin y el Mosa, dos ríos europeos nada que ver con nuestro querido Manzanares. No os perdáis las casas cúbicas, una propuesta de vivienda totalmente novedosa y muy original, que ha pasado a ser uno de los iconos turísticos de la ciudad.



Son unas 40 viviendas que se construyeron en 1984, y la idea de su autor era que en la arquitectura de viviendas puede ser más importante el diseño que la comodidad, cosa con la que no estoy para nada de acuerdo, porque vivir ahí tiene que ser raro de cojones. Casi todas son casas particulares, y entrar a una de ellas que es el museo, cuesta casi 3 € así que unas fotitos desde fuera y a otra cosa mariposa. Y otras cosas son por ejemplo el Euromaast, una especie de pirulí enorme construido en 1960 en conmemoración a la reconstrucción y resurgimiento de la ciudad tras ser destruida en la Segunda Guerra Mundial. Con 185 metros de altura, es la torre más alta de los Países Bajos, y en el mirador hay un restaurante y a veces montan exposiciones en unas salas que hay. Por encima de lo que es el mirador, se puede subir casi 60 metros más en otro ascensor, en el que te montan una parafernalia tipo cohete. Nosotros no íbamos muy bien de tiempo, y pasamos de pagar 9 € por hacer el paripé.



De Rotterdam, realmente poco más merece la pena, quizás la zona del Westersingel con una arquitectura bastante más clásica y acorde al resto del país, que está atravesado por un canal muy chulo con árboles a ambos lados.



Merece la pena que veáis el puente de Erasmo, más conocido como “el cisne”, por la forma que nos muestra desde lejos. Se terminó de construir en 1996 y une el norte con el sur de la ciudad. Es el puente levadizo más largo de Europa, con sus 800 metros de largo y su torre de casi 140 metros de alto.



El resto de la ciudad, salvo el puerto y el imponente puente de Erasmo no tiene más. Así que fuimos hacia el coche para tomar camino hacia Delft

Delft es la ciudad de la cerámica y también ciudad natal del pintor Vermeer. En el siglo XVII fue bastante importante a nivel comercial, artesanal y científico, pero también sufrió un devastador incendio. Delft tiene unos 90.000 habitantes y está a mitad de camino entre Rotterdam y La Haya. No es muy grande y tampoco se tarda mucho en visitar.



El centro de la ciudad está bastante curioso, tiene edificios típicos holandeses y hay muchos canales. Son básicas en la visita las dos iglesias Oude Kerk (Iglesia Vieja) y Nieuwe Kerk (Iglesia Nueva). La primera es de los siglos XIII-XIV, y su torre de 75 metros de altura está un poquito inclinada.



Detrás está el Prinsenhof o Palacio del Príncipe, edificio del siglo XV que primero fue un monasterio y después residencia de Guillermo de Orange durante unos años, hasta que fue asesinado. La segunda iglesia es de los siglos XIV-XV, y su torre de 109 metros es la segunda más alta de Holanda.



Dentro está el Panteón de la familia real holandesa. A ninguna de las dos iglesias pudimos entrar porque estaban cerradas. Junto a esta iglesia está el Ayuntamiento, que tiene una fachada preciosa.



La plaza que alberga ambos edificios es bastante grande, y está rodeada de tiendas de cerámica, cafés y cervecerías. Más adelante encontramos un mercado callejero junto a un canal, donde por fin probé uno de mis manjares favoritos, el arenque. Y es que Holanda es el paraíso del arenque, aquí es casi plato nacional. Me compré un bocadillo de arenque semi-crudo, que me lo comí en dos bocados. Y me pedí para llevar dos arenques ahumados, pero sin pelar, es decir con tripas incluídas directamente. Esa misma noche me los iba a cenar más a gusto que nadie.

Antes de volver al coche, nos acercamos a Oostport, una de las puertas medievales más antiguas de Delft, que lleva siendo inspiración de pintores desde los tiempos de Maricastaña. Esta puerta y un poco de muralla, fue lo único que se salvó de las antiguas fortificaciones tras el salvaje incendio de 1536. La verdad que este rincón me pareció realmente bonito. Por último deciros que no os marchéis de Delft sin comprar algún recuerdo típicamente holandés y sobre todo algo de cerámica. En esta zona todo el tema "souvenirs" es más barato que en Ámsterdam, por ejemplo.



El día estaba siendo duro, y todavía nos quedaba mucha tela por cortar, así que continuamos caminito de La Haya, la capital política del país. La ciudad se fundó en el siglo XIII, y queda a unos 55 kilómetros de Ámsterdam. Es la tercera ciudad de Holanda en número de habitantes (460.000), y también es la ciudad de los palacios, embajadas y ministerios. Además es sede del gobierno de los Países Bajos desde el siglo XVI, y la residencia de la familia real desde que el rey Guillermo II decidiera instalarse en el siglo XIII.



No contenta con eso, además es la capital de la Justicia internacional, y después de Nueva York y Ginebra, es la tercera ciudad de la ONU en el mundo. Entre las instituciones más famosas, destaca por encima de todas la Corte Internacional de Justicia, ubicada en el monumental Palacio de la Paz, al cual nos paramos cómo no a echarle una merecida foto, pues nos pareció “lo más justo” (lo siento pero no he podido evitar la coña, estaba a huevo).



También hay muchísimas más instituciones con sede central en esta ciudad, como la Europol (proyecto de policía europea) y la Oficina de Patentes Europeas (que recoge todas las marcas de Europa). A pesar de sus múltiples edificios administrativos y de oficinas, La Haya es una ciudad con un carácter muy residencial, con un toque muchísimo más señorial que Ámsterdam o Rotterdam, una ciudad mucho más tranquila.

Nosotros llegamos con las últimas horas de luz, y tras dejar el coche en el parking de un centro comercial muy céntrico, nos acercamos a una oficina de información y turismo en la que nos explicaron más o menos lo que había que ver con la ayuda del plano. Lo más cachondo es que el plano no nos lo dieron, porque si lo querías lo tenías que pagar, así que nos tuvimos que guiar por nuestro sentido de la orientación, y cuando nos falló tuvimos que recurrir a nuestro gran amigo “el idioma inglés” para saber dónde coño estábamos.



Lo primero que vimos fue el palacio de la reina Beatriz, en el que no vive pero sí trabaja (me gustaría saber a qué se dedica exactamente). En realidad la reina reside en el Palacio Huis ten Bosch, a las afueras de la ciudad.



El parlamento es también un edificio de visita obligada (aunque lo normal es que no se pueda ver por dentro), y se divide en dos zonas, el Binnenhof y el Buitenhof. El Binnenhof es el patio interior, y en el centro está el Ridderzaal o Sala de los Caballeros, del siglo XIII. Se usa como salón del trono y para las reuniones comunes de las dos cámaras del Parlamento.



A la derecha está el Senado, y a la izquierda la Cámara de los diputados. El Buitenhof es el patio exterior, y en el podemos ver la fachada del Binnenhof, el monumento del rey Guillermo II, y un estanque rectangular.



En la plaza Mayor está la Grote Kerk (Iglesia Mayor). Se construyó a mediados del siglo XV y tiene los escudos de armas de muchos caballeros del Toíson de oro. Allí han habido muchas bodas y bautizos de la familia real holandesa.



Madurodam es un parque o recinto que alberga una representación en miniatura de los sitios más típicos de Holanda. Es un lugar muy turístico, pero que nosotros no visitamos porque aparte de pillar algo retirado del centro, la entrada vale 14,5 €, lo cual nos pareció una auténtica estafa, y para la poca luz que teníamos no pensamos que fuera a merecer mucho la pena. Si vais bien de pasta y os sobra tiempo visitarla, pero si no yo creo que es algo totalmente prescindible, enfocado totalmente a sacarle la pasta al turista. Otra cosa muy típica de La Haya es el "Panorama Mesdag", una pintura cilíndrica del siglo XIX que es obra de Mesdag, un pintor famoso de la ciudad. Básicamente es una vista del mar, dunas y el pueblo de Scheveningen. Mide más de 14 metros de alto y 120 metros de circunferencia, y tiene el curioso título de ser el panorama más antiguo del mundo. Ver el cuadrito con la tontería de los 360º cuesta 6 €, así que lo descartamos totalmente, porque nos pareció otra estafa más. Además las visitas son hasta las 5 de la tarde y cuando nosotros pasamos por allí ya estaba cerrado. Cerca de donde está el panorama Mesdag, vimos un bar español que tenía una bandera gigante en la entrada. A mí me hizo una ilusión enorme ver la bandera grande ahí en medio de la calle, y le eché una foto. Como íbamos un poco mal de tiempo, no nos pudimos quedar a cañear un rato.



Otro museo al que pasamos de ir es el Mauritshuis, que es la vieja casa del príncipe Maurits, que además fue un gobernador colonial en la época en la que Holanda daba miedito como potencia colonizadora. Este museo lo recomiendan mucho y es bastante turístico, y destaca sobre todo por los cuadros de Vermeer, pero ya habíamos visto bastantes cuadros en Ámsterdam, y ya teníamos un concepto bastante claro de lo que es la pintura holandesa, como para encima perder la poca tarde que nos quedaba y dejarnos más dinero en museos. Eso sí, tengo que decir que un museo al que quise haber entrado pero me quedé con las ganas es el de MC Escher, un pintor que me flipa, y al que le han dedicado un museo enterito. Pero estaba cerrado, y tampoco íbamos muy bien de tiempo, así que nada.

Cuando acabamos de La Haya ya eran más de las 6 de la tarde, así que nos acercamos a ver Scheveningen, una especie de pedanía costera de La Haya. Nos imaginamos que tendría algún paseo marítimo con algún bar para tomar algo sentados frente al Mar del Norte, pero sólo fue fruto de nuestra imaginación, porque después de perdernos 15 veces, llegamos a un puertecito interior bastante pequeño y no conseguimos encontrar nada parecido a un paseo marítimo. Así que como el GPS se perdía cada dos por tres y allí no había nada interesante, nos fuimos a Leiden a intentar encontrar un sitio donde poder dormir esa noche.



Las únicas referencias que teníamos eran los hoteles del centro que quedaban bastante lejos de nuestras posibilidades, y una pensión que tardamos un montón en encontrar, y que estaba junto a un canal. El edificio de la pensión estaba totalmente sin iluminar, y no se veía ningún cartel que indicase que allí había alojamientos, aunque sí había una pequeña placa con el nombre cuando nos acercamos a la puerta. Tocamos un timbre, y poco después la puerta se abrió ligeramente, dejando ver la cara de una señora que nos dijo que estaba todo completo, lo cual obviamente no nos lo creímos porque estaba claro que no quería que nos alojásemos allí. Le preguntamos por otro alojamiento no muy caro por la zona, y nos dijo que no sabía nada. Muy simpática ella, y nosotros para no ser menos nos alejamos de su pensión dedicándola unos bonitos “poemas” a la española, entre dientes eso sí, porque nosotros seremos españoles, pero sabemos ser igual de educados que ellos…o más.

Como estábamos bastante destrozados, decidimos hacer un alto y tomarnos unas cervecillas en un pub al otro lado del canal donde estaba la pensión. Había bastante gente joven cenando y tomando algo, así que entramos y nos pedimos unas cervecitas tostadas para entrar en calor. Cuando ya llevábamos dos, puse cara de pobrecito y de turista perdido, y le pregunté sobre el alojamiento a las camareras que eran también veinteañeras. Todo lo contrario que la cerda de la vieja de la pensión, las chicas resultaron ser bastante simpáticas y se tiraron el rollo anotándonos varias direcciones, incluso recomendándonos sitios para salir de fiesta por la zona. Así que después de reirnos un rato con la conversación, y con el "show" de encontrar alojamiento, nos despedimos de ellas y nos desearon suerte y que “esperaban vernos pronto”, joder qué bien sonó esa frase en aquel momento de soledad y desamparo. Hasta ahí todo bien, pero la parte mala vino cuando de toda la lista que nos hicieron las camareras, ni un solo sitio nos sirvió. O bien porque estaba ocupado, o bien porque los precios eran salvajemente caros. El caso es que nos tocó volver al coche, y confiar en el GPS para que nos llevara a algún alojamiento dentro de nuestras posibilidades. Lo primero que hizo el GPS fue sacarnos de Leiden y mandarnos al medio de la nada, por unos caminos rurales rodeados de pinos donde todo estaba como la boca del lobo. El panorama no era nada favorable a nuestros intereses. Eran casi las 11 de la noche, hacían 4 grados bajo cero, y no teníamos sitio donde poder dormir, y mucho menos esperanzas de poder encontrarlo. Fuimos a un Stayokay que nos marcó el GPS y que estaba perdido en medio de la nada (yo no sé qué coño hace un hostal ahí), pero que nos pareció que iba a ser nuestra salvación. Nos bajamos del coche y aquello era desolador. El albergue estaba iluminado, había bicis aparcadas en la puerta pero ni un solo coche, y allí no se veía ni un alma. Todo super oscuro, un silencio sepulcral y nada de movimiento humano. Tocamos varias veces el timbre a la desesperada y nada de nada. Así que nos montamos en el coche y seguimos avanzando kilómetros por la oscuridad hacia el siguiente hotel/motel/hostal/albergue que nos marcara el GPS, porque la verdad ya nos daba igual. Sólo queríamos un sitio para dormir, cenar algo y ducharnos. Llegamos a un hotel que apareció de repente en la oscuridad, que tenía una pinta cojonuda, y que obviamente sabíamos que iba a ser caro. Nos bajamos a preguntar, y cómo nos vería el dueño que nos descontó algo así como 50 € por la habitación. Aun así nos salía la triple por 115 €, algo que se nos empezaba a ir ya de las manos. Se lo agradecimos y seguimos probando suerte porque aún quedaban unos cuantos más y no estaban muy lejos. Los siguientes resultaron estar ya por fin en un núcleo urbano. Era un pueblecito costero que tenía pinta de petarse en los meses de verano y que respondía al nombre de Noordwijk. Vimos dos pensiones pero ya estaban cerradas, así que fuimos de cabeza a una especie de hotel-restaurante-sala de fiestas, donde preguntamos y conseguí por fin (tras regatear un poquillo) fijar un precio de 95 € la triple, el cual viendo la ubicación junto al mar y al faro del pueblo, y viendo las horas que eran ya, nos pareció más que correcto. Allí nos quedamos y la habitación resultó estar de putísima madre, con el pequeño inconveniente que no habían encendido la calefacción y hacía un frío acojonante. Hasta que se calentó pasó un rato largo. Sacamos la cena, y yo me puse cerdo a comer los arenques que me había comprado en Delft por la mañana, y luego seguí sacando latas y latas de comida hasta que me llené el estómago hasta arriba. Como Sergio y David no quisieron salir el par de horas que nos quedaban hasta que cerrasen los locales de la zona, yo me eché una copilla y enseguida me quedé dormido.


SABADO 19 : NOORDWIJK – LEIDEN – GOUDA – UTRECHT – AMSTERDAM


El no salir la noche anterior me dio un poco de bajón, porque me apetecía bastante, pero la parte buena fue que recuperé energías. Me levanté pronto sin mucho esfuerzo, me duché y desayuné, y enseguida estábamos en marcha. Este día me tocó a mí llevar el coche, así que pusimos musiquita para alegrar la mañana y tiramos para Leiden, que la noche anterior no pudimos verla con tranquilidad. El sol lucía radiante con todo su esplendor, ou yeah !!

Leiden es una ciudad de unos 120.000 habitantes a 40 kilómetros de Ámsterdam. El gran Rín atraviesa la ciudad, y por eso desde sus comienzos formó parte de una importante ruta comercial. De orígenes romanos, hoy tiene una alegría especial en sus calles, gracias a su vida universitaria. En 1575, Guillermo el Taciturno (vaya nombrecito) aprobó la creación de la primera universidad de la actual Holanda, en la cual han dado clases personajes tan ilustres como Ortega o Einstein.



Tiene también el honor de ser la cuna del gran Rembrandt (venerado por los holandeses y no holandeses), y de tener un museo de egipcios y romanos bastante famoso a nivel local, el Rijksmuseum van Oudheden. Pero teníamos un día duro por delante, y preferíamos ver la ciudad y sus rincones antes que perder toda la mañana metidos en un museo viendo movidas egipcio-romanas (aparte que la entrada eran 10 €). Aparcamos el coche no muy lejos del centro, en una zona que no parecía ser de pago.



Lo primero que nos encontramos fue la Marekerk, una iglesia del siglo XVII importante por su estilo constructivo clasicista no tan gótico como lo que suele ser por la zona, y por su forma octogonal. Fue la primera que se construyó en Holanda tras la Reforma.


En un paseo estábamos cruzando el puente Rembrandt sobre el Rín y llegamos al molino De Put que fue el primero que vimos tan de cerca en todo el viaje.




Después de echarle unas fotos, nos metimos por un lateral y vimos el canal Rapenburg con un puente móvil superbonito por el que un barco trataba de pasar, pero el cierre se había congelado y estaban tratando de arreglarlo.



Junto a él estaba el taller municipal de carpintería, una imponente casa del siglo XVII con un embarcadero.




Paseando, llegamos a la Hooglandse Kerk (Iglesia de las Tierras Altas), la más grande de la ciudad. Construida entre los siglos XIV y XVI, esta iglesia tiene la nave transversal gótica más grande del mundo, con sus 66 m, una auténtica salvajada de iglesia, vamos. Como estaba abierta y encima tenía una alfombra roja decidimos entrar glamourosamente.



Por dentro es una cosa impresionante, para los fans del estilo gótico es un sitio a tener muy en cuenta. Pero cuál fue nuestra sorpresa cuando entramos y vimos un despliegue de medios impresionante, árboles de Navidad gigantes dentro de la iglesia, maniquíes con minifaldas brillantes y modelos por toda la iglesia, miles de focos y equipos de sonido con altavoces gigantes, mesas de banquete y un montón de gente trabajando allí.



Dada la proximidad de Nochebuena y que ellos son protestantes, se trataba de una mega fiestón-cena navideña del 15, que estaban preparando para la gente guay de Leiden, donde luego habría música y fiesta hasta altas horas. No me veo yo pegándome el fiestón padre en Nochebuena en la iglesia del pueblo, será cuestión de costumbres supongo. Más adelante vimos otra iglesia, la Pieterskerk (Iglesia de San Pedro), del siglo XIV y que es la más antigua de Leiden, pero esta estaba cerrada.



De camino vimos seguidamente el Gerecht (antiguo Juzgado, que para ser un edificio de ladrillo oscuro no está mal), y el Gravensteen una fortaleza del siglo XIII que después ha sido multiusos : vivienda, cárcel, biblioteca, y hoy día edificio universitario. Otro edificio importante es la Escuela Latina (Latijnse School), de finales del siglo XVI). Se llama así porque las clases y exámenes eran en latín. Rembrandt estudió allí antes de ir a la universidad, y eso la da más fama todavía.



Mientras continuábamos nuestro paseo vimos consecutivamente todas las cosas que nos faltaban. El Ayuntamiento me encantó (si fuera de allí, me alegraría hasta de ir a hacer papeleos jejej). Es del siglo XVI y tiene una fachada renacentista enorme, con unas escaleras que nos estaban pidiendo a gritos subirnos arriba para hacernos la típica foto de “voy a dar un discurso porque soy un tío importante”.



Los canales del centro junto a los cafés, son para sentarse un rato y recrear la vista. Por allí vimos también De Waag (Casa de Pesos y Medidas), un antiguo edificio donde se pesaban las mercancías que venían del Rín. Más adelante vimos una puerta más de la antigua ciudad, la Zijlpoort, que nos dio paso al Burcht (el castillo), una especie de muralla circular elevada que está en un montículo junto al cual se unen dos brazos del Rin. Desde allí hay unas vistas bastante buenas de la ciudad.





Nos faltó visitar la Pesthuis (o casa de la peste), que se construyó en el siglo XVII a las afueras para curar a los enfermos de peste bubónica, pero nunca se llegó a usar para eso porque cuando se acabó, la enfermedad ya había desaparecido en Holanda. Después de ser hospital, manicomio, cuartel y no se cuantas cosas más, hoy en día es el Museo Nacional de Historia Natural, el cual descartamos visitar. Antes de irnos, nos fuimos hasta el molino De Valk, un molino de grano del siglo XVIII que funciona como museo.



Leiden nos había llevado toda la mañana hasta la hora de comer, así que rápidamente pusimos rumbo a Gouda, que está a medio camino entre Rotterdam y Utrecht.

Gouda es una ciudad que a todos nos suena a queso, pues un tipo de queso holandés tiene el nombre de esta pequeña pero atractiva ciudad. Curiosamente, la denominación “Gouda” no está registrada, y por eso este queso puede hacerse en cualquier parte de Holanda, de hecho paradójicamente el mejor Gouda no se hace en Gouda sino en el norte de Holanda. La ciudad se fundó a finales del siglo XIII, y está justo en el punto donde se unen los ríos Gouwe e Ijssel. Con unos 75.000 habitantes, es una ciudad pequeña que en el siglo XIV tuvo su mayor esplendor, a pesar de que en este siglo y en el siguiente sufrió dos graves incendios. En el siglo XVI, los protestantes holandeses que tanto nos odiaban a los españoles y a Felipe II, la liaron parda y ocuparon la ciudad saqueando e incendiando edificios. Ahí no acabarían los males para la ciudad, pues a principios del siglo XVII fue afectada por la peste. Por todas estas desgracias, hasta mediados del siglo XVIII no empezó a recuperar parte de la población que se perdió.



En escasos 5 minutos llegamos al centro, y la impresión general fue muy buena, una ciudad acogedora y muy viva, con una Plaza Mayor (Grote Markt) que aquel día estaba especialmente animada con el mercado de productos locales, y que sin duda está dominada por la grandiosa Iglesia de San Juan Bautista (Sint Janskerk).



Con sus 123 metros de longitud, es la iglesia más larga de toda Holanda. Esta iglesia es especialista en resurgir de sus cenizas cual Ave Fénix, porque después de arder totalmente en dos ocasiones con incendios que casi destrozaron la ciudad, fue reconstruida en ambos casos. Pero a mediados del siglo XVI un rayo cayó sobre la torre, y la arrasó.



Se reconstruyó por cuarta vez, y aunque parecía que el puto gafe no iba a acabar nunca, ha conseguido mantenerse hasta hoy. La mala suerte que corrió el edificio, no fue el mismo que sus vidrieras, que son unas de las más espectaculares de toda Holanda (una de ellas donada por nuestro Felipe II).



Con la llegada de la Reforma y la patada que nos dieron a los españoles, quitaron muchas estatuas y altares, pero las vidrieras se respetaron, y también el nombre de San Juan Bautista. Posteriormente han sobrevivido a un montón de batallas e incluso a la Segunda Guerra Mundial.



Sin salirnos de la misma plaza, podemos ver el espectacular ayuntamiento, digno de cuento de hadas, y uno de los más antiguos de Holanda. Es del siglo XV, pero ha sufrido varios incendios y tiene modificaciones posteriores, como las escaleras de principios del siglo XVII.







También en la misma plaza está el edificio del peso público (De Waag), donde se pesaban los quesos para el mercado. Y nos vamos a Utrecht amigos, que ya empieza a caer la tarde.

En unos 35 minutos llegamos a Utrecht, una ciudad que está a unos 50 kilómetros de Amsterdam, y es famosa por el mítico Tratado de paz. Es la cuarta ciudad de Holanda en número de habitantes, tiene unos 600.000 contando la periferia. Nosotros aparcamos el coche en un parking del centro, cerca de un centro comercial grandecillo, el Hoog Catharijne, que fue el mayor centro comercial de Europa desde los años 70 hasta el 89, año en el que los pepineros les quitamos el puesto cuando se construyó nuestro querido Parquesur. Según salimos del centro comercial, llegamos a una plaza que nos llevó a una calle con miles de tiendas (Lange Elisabethstraat). Ya en ese momento era totalmente de noche, así que habría que seguir viendo la ciudad en versión iluminada.



Cuando acabó la calle de las tiendas, enlazamos con otra (Steenweg) que nos llevo a un puente que cruza el canal más importante de Utrecht, el Oudegracht. Este canal que atraviesa de lado a lado toda la ciudad, está cruzado por montonazo de puentes, y rodeado de edificios antiguos iluminados, que se reflejan en el agua del canal. Este paseo merece bastante la pena porque sin duda éste es uno de los puntos más animados de la ciudad, y ya cuando estáis allí se ve la torre de la catedral un poco más adelante.



La entrada a la catedral es gratis y suele abrir entre semana, menos cuando vamos nosotros claro. No pudimos entrar, pero sí me pude informar de que el interior es bastante soso, y que los salvajes de los protestantes les arrancaron las caras a muchas estatuas (menuda gentuza, eso en mi barrio se llama “envidia a los cristianos”). Es curioso ver como el campanario (Domtoren) que es el más alto de Holanda con 112 metros, está separado de lo que es la iglesia. Esto se debe a un huracán salvaje que hubo allá por el siglo XVII. Ahora que lo pienso, pobres iglesias holandesas…la cantidad de putadas que les pasaron : incendios, huracanes, tormentas, los protestantes arrancando caras, quitando cosas o cambiándolas de sitio, y luego para colmo montan macrofiestas y discotecas dentro de ellas, hay que joderse. También al lado hay unos jardines y una plaza. Si os apetece pagar 8 euros y subir 400 y pico escalones, podéis subir al campanario sacando la entrada en unas oficinas de turismo que hay en la propia plaza (creo que incluyen guía). Nosotros no lo hicimos porque en primer lugar no estaba abierto, tampoco nos apetecía, ni había luz, ni tampoco ganas de gastarse 8 euros, y además ya habíamos subido a la torre de Malinas y nos habíamos hecho una idea de lo que es un campanario gótico (el de Malinas no tiene nada que envidiarle a este). Hay otra iglesia mucho menos famosa de estilo románico, que es la Iglesia de San Pedro. No la vimos porque no iba a estar abierta, había que andar un poco y estábamos cansados, y ya habíamos tenido bastante con la catedral. De pasada vimos el ayuntamiento, con una fachada muy clasicista.



Volvimos hacia el Oudegracht y estuvimos paseando por allí. Curiosamente en este canal puedes bajar abajo por unas escaleras, y andar al mismo nivel del agua. Debe ser una pasada sentarte en una de las terrazas que hay junto al agua y tomarte una cervecita, o comer en uno de los muchos restaurantes de todo tipo que por allí hay. Y digo que debe ser una pasada, porque evidentemente no lo hicimos, ya que la temperatura era de unos 7 grados bajo cero, y obviamente no era plan de sentarse en la terraza.



Otra cosa que no hicimos por el puto frío pero que allí mismo podéis hacer, es pillar un barco para recorrer el canal que rodea el centro de la ciudad. Os vale unos 7 eurillos, pero tenía pinta de merecer la pena.
Además de esto, hay dos atracciones turísticas más que a nosotros nos parecieron una verdadera gilipollez, y por eso preferimos irnos a un típico pub pequeñito a tomarnos unas buenas cervezas con un Juggermeister para entrar en calor. Aun así os comento de qué se trata. La primera tontería es el Centraal Museum, un sitio dedicado a salones amueblados de los siglos XVII y XVIII, con casitas de muñecas y algunos cuadros de pintores locales, en el que si quieres entrar tienes que aflojar 9 eurazos. El segundo ya me parece una estafa directamente. Se trata de la “Casa Schröder”, una casa que es un mazacote en plan modernata, con tonos blancos y grises, más fea que mandar a la abuela a por vino, y que un tarao de nombre Rietveld construyó en los años 20 (a saber lo que pensaría la gente de la época de la casa). Según él y los de su escuela “De Stijl”, el valor de esta arquitectura está en la linealidad y los angulos rectos que ayudan a crear espacio. Que conste que yo respeto, pero cobrar 16 € por entrar a ver la puta casa (sí sí, como lo oís 16 pavazos), me parece un atraco a mano armada, y una falta de respeto a la gente. Me parece una de las mayores estafas turísticas que he visto en mi vida. Nosotros nos quedamos con nuestras cervecitas, y pasamos un agradable rato en el pub este que os digo, que no estaba nada mal de precios, y además tenía público femenino para que no nos aburriésemos. Lo malo que no nos pudimos entretener mucho, porque la hora del parking tocaba a su fin, y esa noche había que ir a Amsterdam, buscar el hotel, cenar, descansar, y salir de fiesta (después del día que llevábamos).

El camino hasta el coche se hizo eterno, y eso que no estaba muy lejos. Llegue al parking muerto de frío, pero sobre todo con unas ganas salvajes de mear que rápidamente me encargué de eliminar, sin que en ese momento me importase mucho lo que los holandeses pensasen de mí. Ya totalmente concentrado, me puse al volante y pillé dirección a nuestro hotel de Ámsterdam, que esta vez estaba a las afueras (cerca del aeropuerto), pero como teníamos coche no había problema. El Hotel era un Etap, y viendo los antecedentes de Bruselas, y sabiendo que lo íbamos a pillar tres noches, teníamos un poco de miedo por lo que nos pudiéramos encontrar. Pero la cosa empezaba bien, porque primero nos regalaban las tres primeras horas de parking, y luego el resto no eran muy caras. Después la sorpresa vino cuando vimos el hotel por dentro. La recepción nada que ver con la del Etap de Bruselas, mucho más amplia, moderna y limpia. Y no os digo ya el subidón que nos dio cuando con un flamante código, abrimos la puerta de la habitación. Siendo un Etap, lo que vimos fue un sitio limpio, que olía de puta madre, con una tele de plasma nuevecita en la que se pillaban miles de canales, y entre ellos el Canal 24 Horas de TVE por primera vez en todo el viaje. Y luego las camas, ¡vaya camas! No eran las del Ritz pero allí no había ni un pelo, estaban totalmente impolutas, y no había mantas asquerosas. La calefacción funcionaba perfectamente, y el baño estaba bastante bien. Siendo Amsterdam y para el precio que pagamos (49 € por noche una triple con baño), la verdad que quedamos más contentos que unas castañuelas.
Una vez duchados, cenados, vestidos, y con dos o tres copitas en el estómago que nos pimplamos en el hotel, salimos a liarla a Amsterdam. Nos perdimos un poquillo en la entrada, y acabamos en un barrio rojo que no era el bueno. Pero no pasa nada porque allí estaba nuestro coche para salvarnos. Con una suerte impresionante conseguimos aparcar no muy lejos de la plaza Dam, y desde allí nos fuimos andando a Rembrandtplein. Una vez allí entramos a un irlandés a tomarnos unas Guiness para calentar motores antes de entrar al Escape, una discoteca que hay en la misma Rembrandtplein y que viene a ser Kapital en versión Ámsterdam.



Al llegar a la entrada los porteros nos miraron con cara de “os dejo pasar porque me dais pena”, y cuando superamos esa barrera llega una segurata negra enorme y nos manda adelante para que nos registre otra tía. Sí sí, como lo oís, una tía que a mí me tocó todo. Yo no se si en Holanda es muy normal porque son muy modernos y tal, pero no me quiero ni imaginar la que se liaría en España si pasa esto. Justo cuando nos acababan de registrar, Sergio dio el susto de la noche, porque no llevaba su móvil encima. Después de preguntarle que si se había mirado bien en los bolsillos, se fue a buscarlo al irlandés, y los porteros se nos quedaron mirando con más cara de odio todavía. A los 2 minutos aparece Sergio con el móvil, que resultó tenerlo en un bolsillo (mira que se lo dijimos David y yo), y la segurata negra se negaba a dejarle entrar. Como yo ya estaba animado con las Guiness y el par de copas, me acerque a intentar dialogar con la negra, y le expliqué con mi alegría española la situación de mi amigo y le dije que éramos nuevos y que no volvería a suceder (como si alguna vez volviéramos a entrar). Cuando entramos empezaron los atracos uno detrás de otro. Primeramente tras una cola de la ostia para el ropero, nos cobraron casi 3 € por dejar el abrigo. Seguidamente, tras haber pagado 15 € de entrada, me entero que no hay consumición. O sea..imaginaros la cara que se me quedó cuando me acerqué a pedir la copa y escucho eso. No pude evitar reirme (tras unos segundos con la mirada que iba de la cara del camarero a las botellas de atrás y viceversa). Le dije que cuánto era cada copa entonces, y me dijo creo que 6 ó 7 €. Le pido un Black Label (que según me dijo no tenía suplemento) y cuando me doy la vuelta le veo con dos cubatas. Me dice que no había más Black Label y que la otra me la ha puesto de Ballantines, y que son 15 €. Le digo que yo no le he pedido dos cubatas, que sólo le he pedido un Black Label, y el tío empeñado en que no y super ofendido. Le digo que las cosas no son así, que yo me había expresado perfectamente, y que el problema era suyo. Él me dijo que se lo tenía que pagar, y ya empezó a ponerse bastante nervioso, y a repetir me tienes que pagar, buscando a los seguratas con la mirada. Como no iba a ser el único cubata que me iba a beber, le di los 15 € para evitar que nos pusieran de patitas en la calle después de haber pagado 15 € por entrar sin derecho a nada. Pero esperar, que ahí no acaba el atraco. Me voy al servicio porque las ganas de mear ya me podían, y cuál es mi sorpresa cuando veo a una tía en el servicio de chicos, y me sonríe y me pone la mano como pidiendo dinero. Le digo que no, y me dice que tengo que pagar 50 céntimos por hacer uso del servicio. O sea, no contentos con cobrarte 15 € por entrar a un sitio sin derecho a copa ni a nada, encima cada vez que te estés meando tienes que pagar 50 céntimos. Vaya panda de hijos de la gran puta, con perdón. Eso sí al mal tiempo buena cara, y sobre todo si ya empiezas a ir con un pedo del 15. La música era una puta basura, un electro-house comercial infumable, con un dj de mierda que pinchaba con cds y se flipaba en cada mezcla como si lo que estuviera haciendo fuera algo grande. Pero bueno, la verdad que iba un poco melocotón y la música no me importó mucho. Me pasé a cervezas de nuevo (Coronitas a 4 €) y la primera vez que me pedí una, el camarero cabrón se me acercó. Según se acercó pasé de largo delante de él y me fui al otro lado de la barra donde estaba un camarero con pinta de chicano al que le volví a pedir todas las veces. De todos modos vaya un garito raro…ni una camarera, todo tíos, y en vez de haber un portero para cachear a los chicos, hay una tía. La planta de arriba tenía un balconcillo desde donde se veía toda la pista de abajo, y luego en el centro había una barra. Detrás de esta había una sala de fumadores (en la pista grande de abajo no se podía fumar) y atravesando la cortina de humo, había otra pista muy pequeña con una música que al menos no era la basura de abajo.
Mis viajes a la barra para pedir Coronitas empezaron a ser frecuentes, y cada vez que pedía me daba un pirulo por ahí yo solo, porque Sergio y David estaban en la pista. Recuerdo vagamente hablar con unos negratas bastante majos que me invitaban a una fiesta privada de hip-hop, también recuerdo hablar con unas pijas holandesas en la sala de fumadores sobre las discotecas de Benidorm o Torrevieja, y al final acabé hablando hasta con la del servicio que cobraba 50 céntimos, y las últimas dos veces me las perdonó.. Así sin darnos cuenta llegamos a las 5 de la mañana, y nos empezaron a echar. Pero no nos dimos por vencidos, y estando en la calle bajo una intensa nevada, nos fuimos a buscar un after donde acabar la noche en condiciones. Tras buscar por los alrededores, no vimos nada que nos convenciese, y justo encontramos un grupo de gente jóven a quien preguntar, que resultó ser muy variopinto, y en el que un par de chicas bastante majas hablaban español. Ellos iban bastante más pedo que nosotros, pero no se les veía personas de after, aun así nos recomendaron quedarnos por los que había por Rembrandtplein, porque el resto están fuera de la ciudad y suele haber controles. Así que volvimos a Rembrandtplein, y entramos a uno en el que al final pagamos 10 € entre los 3 con una cerveza para cada uno. Pero hay que decir que al principio nos vieron cara de guiris y nos querían cobrar 10 pavos por cabeza. Fue entonces cuando surgió el sentimiento de indignación, especialmente en Sergio, y gracias a él nos hicieron la oferta, aunque tampoco hubo que insistirles mucho. Yo nada más entrar me pedí la cerveza, y busqué un rincón al lado de la barra donde me encontré super a gusto. La música parecía ser algo mejor que en el otro sitio. Al poco tiempo llegaron al lado nuestro un par de tías un poco desfasadas, una exageradamente alta de pelo moreno y ojos claros (me sacaba unas dos cabezas), y la otra mulata con el pelo fregona. Empezaron a pillar terreno mientras bailaban y a pedirnos que las dejásemos pasar a pedirse chupitos, lo cual no me hizo ni pizca de gracia, porque nos querían largar del sitio claramente. La alta no tenía mechero y me pidió fuego por lo menos 6 veces, y una de ellas me pregunto de dónde era. Cuando le dije España recibí las típicas respuestas : paella, Ibiza, Benidorm, sangría, etc… y me levantaba el pulgar por cada palabra que decía. Yo creo que iba un poco puesta de algo raro, pero al menos era simpática, eso sí el desfase que llevaban las dos daba bastante miedo, por lo que decidí no ser demasiado sociable y no acercarme mucho. Justo al poco entraron unos mafiosos que parecían ser sus amigos y se pusieron a hablar con ellas. Yo me alejé de la gente tóxica y seguí a lo mío con mis cervezas, y ya a la tercera continué con un Juggermeister. Me subí al piso de arriba al servicio y recuerdo que conocí a un tío que iba bastante pedo de algo tipo pastillas, y que le molaba el hardcore, pero a pesar de eso se podía hablar de cualquier cosa con él, el tío era super majo. Empecé hablando con él, y acabé hablando en una mesa con un grupo de un chico y dos chicas, y con una pareja formada por un negrito y una blanca. Del pedo que llevaba me había olvidado que Sergio y David estaban abajo, y que me tocaba conducir, así que cuando les vi subir a buscarme me dio un poco de bajón porque sabía que la noche tocaba a su fin. Pero yo no se qué me pasaba esa noche, que me sentía con fuerzas para todo. Rápidamente me animé, agarré el volante y en cuanto llegué al parking del hotel me fumé un porro impresionante con lo que aún me quedaba de la compra del primer día. Como Sergio y David son personas más normales que yo, se subieron a sus respectivas camas. Eran las 8 de la mañana, y cuando llegué ya estaban prácticamente dormidos, así que me metí en mi cama y según me acosté, me dormí.

DOMINGO 20 : AMSTERDAM – HAARLEM – EDAM – VOLENDAM

Nos tomamos la libertad de levantarnos casi a la 1 de la tarde puesto que los pueblos que teníamos que ver estaban bastante cerca, y se veían rápido. El despertar fue durísimo, la resaca hizo estragos en los tres y especialmente en mí. Pero cuál fue la sorpresa, cuando al abrir el “store” de la habitación, vimos que todo estaba cubierto con casi medio metro de nieve. La nevada que caía era impresionante, y realmente daba un poco de miedo salir con el coche en esas condiciones, así que decidimos esperar a ver si paraba un poco. Y algo paró, pero no mucho. Eran ya las 2 y media de la tarde y desesperados de estar encerrados en la habitación, viendo el canal 24 horas de TVE con las mismas noticias repetidas 20 veces, decidimos arriesgar y salir. En el parking del hotel había un par de mafiosos que se habían parado, y sólo se me ocurre a mí preguntarles qué tal la nevada. Al principio me miraron con cara de liarse a ostias o a tiros, pero luego ya viendo que no iba en plan vacile me dieron un par de respuestas cortas y me dijeron que no había problema para conducir yendo despacio. Así que pusimos rumbo a Haarlem, una ciudad que merece mucho la pena y está a sólo unos 20 km de Ámsterdam. Su nombre suena a barrio de negratas de Nueva York, pero en realidad el barrio neoyorquino se nombró en honor de esta ciudad. Nueva York en sus principios se llamó Nueva Ámsterdam, hasta que los holandeses se la vendieron a los americanos, y de ahí viene toda esta historia.

Un buen punto de partida para recorrer Haarlem, es la estación de trenes, que fue la primera que se hizo en Holanda y la tienen como edificio protegido. Es la única estación holandesa de estilo Art Nouveau, y sigue intacta a pesar de que por lo visto la han retocado varias veces.



Desde allí se tardan unos 10 minutos andando al centro. Una vez allí la iglesia de Sint-Bavokerk es lo primero que llama la atención con el característico estilo gótico de la zona. No pudimos entrar a verla porque estaba cerrada, pero era otra donde cobraban unos 3 € o así, que a veces sienta fatal tener que pagarlo por disfrutar de algo que sigo pensando que debería ser para todos.



Dentro tiene un órgano que es muy famoso por ser uno de los más grandes del mundo (en el tocaron manos de genios como Händel o Mozart), de hecho esta iglesia fue una importante catedral, hasta que los protestantes se la birlaron a los católicos.





En la misma plaza están el Vleeshal, un edificio que hoy es parte del museo Frans Hals (donde se exponen obras del pintor y de otros artistas), pero que en el Renacimiento fue la única carnicería de toda la zona.



También el ayuntamiento y el Hoofdwacht se merecen unas fotitos. Este último, del siglo XIII, fue el primer ayuntamiento de la ciudad. Y por decir otro par de cositas más que ver antes de iros, pues por ejemplo el puente Amsterdamse Poortes (muy del estilo de otros tantos que ya habíamos visto) y el molino De Adriaan, que es una reconstrucción del que ardió en los años 30, y que nos pillaba a un paseíto. Dadas las condiciones climatológicas y la resaca, decidimos ahorrarnos el paseíto y lo vimos mientras nos alejábamos en el coche.

Como compramos el pan y la Coca-Cola en Haarlem y ya sólo nos quedaban Edam y Volendam (que sólo los separa una calle), podíamos ir tranquilamente y sobrellevando la resaca más fácilmente. Yo por ejemplo me quedé frito en el trayecto, y cuando llegamos a Edam y me bajé del coche, tenía más frío que un pastor de pingüinos. Aparcamos a las afueras, y como el pueblo es muy pequeño, nos dimos una vuelta y lo vimos enseguida. He de decir que de los pueblecitos que vimos, a mí fue de los que más me gustó.



Cuando llegamos estaba ya la tarde empezando a caer, el cielo completamente gris, y había una paz y un silencio que hacían la resaca bastante llevadera. Sólo el ruido del campanario de la iglesia y de algunos niños jugando con la nieve y patinando interrumpían el silencio. En las típicas casitas de madera ya empezaban a iluminarse las ventanas y se podían ver los típicos adornos navideños.



Pasamos por un canal helado y nevado, que se confundía con las orillas del mismo, creando una estampa típicamente invernal y navideña. Las calles eran todas como salidas de un cuento navideño, las casas de madera eran una pasada, los bares tenían un encanto especial, y se respiraba un aire sano, rodeado de una tranquilidad de la que en aquel momento me encantó disfrutar.



La ciudad de Edam empezó a formarse en el siglo XIII, y siempre fue una ciudad rica e importante gracias a la construcción de barcos, al mercado de quesos, a la pesca y al comercio. Gracias a su moderno puerto, desde siempre estuvo muy bien comunicada, aunque tuvieron muchos problemas con las inundaciones por estar en mar abierto.



De Edam los edificios más a destacar son el ayuntamiento del siglo XVIII, la Iglesia de San Nicolás, del siglo XV, (que más bien parece una catedral por el tamaño) que también se une a la lista de las castigadas por los incendios (en este caso a causa de una tormenta), y por último el Museo, frente al Ayuntamiento. Es un edificio del siglo XVI que se conserva muy bien, y que hoy es un museo representativo de una construcción holandesa típica de la época. También en el centro vimos el carillón gótico de los siglos XV y XVI que es lo único que ha sobrevivido de la antigua iglesia. Cada quince minutos merece la pena pararse y escuchar una de las distintas melodías que suenan.



Si vais en verano en julio o agosto, tenéis la suerte de hacer una cosa que nosotros no pudimos, y es ver el mercado del queso que montan los miércoles (que desde hace muchos años dejó de funcionar oficialmente) y hoy en día ha pasado a ser más bien una puesta en escena para los turistas. En un documental que vi en la tele, se veía todo el proceso de cómo los agricultores llegan con las barcas llenas de queso a la ciudad , los transportistas lo llevan hasta el mercado, y allí los comerciantes lo prueban y lo tasan según la calidad. No deja de ser una chorrada, pero como es una cosa tan exótica para un chico de Leganés como yo, pues no se, me llama la atención, sinceramente.

Ya habiendo anochecido atravesamos una avenida, y llegamos a Volendam. Es un lugar muy turístico por sus típicas casas de madera de color verde, y su puerto, que es el centro de toda la actividad del pueblo.



Alrededor de él están todos los restaurantes, bares y tiendas. Desde allí se puede ir en barco a la isla de Marken (que ya no es isla, sino península, porque nosotros fuimos en coche al día siguiente).



A mí Volendam me gustó también, y si habiéndolo visto ya anochecido, todo nevado, y con mucho frío me encantó, imagino que en primavera o verano debe de ser una pasada, porque tiene pinta de tener un muy buen ambiente.





Paseando, nos hizo gracia encontrarnos con una tienda de fotos de trajes regionales, en cuyo escaparate (entre muchas fotos) había una de una actriz conocida, vestida de holandesa. A mí me sonaba de haberla visto en algunas pelis. Otra foto con la que flipé fue la de Ronald Koeman, el mítico jugador del Barça de principios de los 90, también con el traje regional (os pongo a los dos ahí abajo, no se si se verán bien).




La otra anécdota fue una macropelea que salió de un bar y donde unos 20 holandeses se dieron de ostias (tías incluídas), lo cual rompió la armonía que se respiraba en el pueblo. Tenía toda la pinta de ser una pelea futbolística entre aficiones rivales, pero la poli llegó al poco tiempo y todo se calmó. Y precisamente buscando la calma, nos retiramos a nuestro hotel para poder descansar tres horitas y estar a punto para vivir nuestra última noche de juerga en Ámsterdam. Yo me volví a dormir en el trayecto, y luego después de cenar un poquito, me fui a planchar la oreja tres horitas que me vinieron al pelo. Luego una duchita, unas copitas en la habitación y saliendo a quemar Ámsterdam. Empezamos en el pub irlandés que hay en Max Euweplein, en el que ya dije que habíamos estado antes. Después teníamos a huevo el Paradiso, la discoteca que es una antigua iglesia readaptada, y que ese día tenía montada una fiesta acojonante para ser domingo, con dos djs locales que pusieron una música muy divertida. Sin salirse de la electrónica, abarcaron géneros de todo tipo, desde un remix de los Vengaboys, hasta el Sweet Dreams de Eurythmics, pasando por las novedades más punteras de todo tipo de estilos electrónicos, pero siempre con el denominador común de diversión, y llevando la sesión y las mezclas con bastante sentido, cosa que es muy complicada. La sala era espectacular y el ambiente una pasada, bastante buen rollo, muchísimas más tías que tíos (dos de ellas incluso se restregaban mientras nos miraban y ponían sonrisitas), y los performances triunfaron muchísimo. Acostumbrado a los gogós de aquí, me pareció super gracioso y muy original, ver a un tío vestido de paleto con chándal de mercadillo, otro disfrazado de patito, y otro de un tiburón que no tenía brazos. Los bailes eran mucho más cómicos, y el buen rollo se iba apoderando de toda la pista. Ahí es cuando empezamos a arrepentirnos de haber ido a la mierda de discoteca de la noche anterior, porque si yendo con el triple de ganas hubiéramos visto una fiesta en este plan, definitivamente lo hubiéramos partido. Pero bueno así también conocimos más sitios. Ya acabada la noche y después de bailar lo mío y pasarlo bastante bien, nos retiramos al hotel, donde con una última copa puse el broche final a la gran noche de domingo.


LUNES 21 : AMSTERDAM – MONNICKENDAM – MARKEN – ZAANSE SCHANS


Nuestro último día del viaje amanecía sin tanta nieve como el primero, pero con un frío espantoso. Al igual que el día anterior, nos despertamos tarde y nos lo tomamos con mucha calma, dado que los pueblos que nos faltaban también eran bastante pequeños y estaban prácticamente al lado. El primero por el que pasamos fue Monnickendam, que no estaba previsto en nuestra ruta, aunque sí había escuchado hablar de él positivamente. Efectivamente, cuando Sergio paró el coche allí, comprobamos que no nos habíamos equivocado en dedicarle un ratito a este pueblo.

Fue fundado por unos monjes de la isla de Marken en el siglo XI, después de que creyeran conveniente construir un dique para comunicar dos zonas. De aquí viene el nombre de Monnickendam, puesto que "monnick" en holandés es monje y "dam" dique. Hace siglos fue un importante enclave comercial, y hoy en día ha pasado a ser un pequeño pueblecito pesquero, donde se respira una tranquilidad que te hace sentir las cosas de otra manera. Sus calles, casitas y edificios, representan a la perfección la arquitectura típica de la zona, con la ventaja de que es un lugar mucho menos turístico que Marken o Volendam, por tanto se puede disfrutar de un paseo mucho más relajado.



Además no te puedes perder la torre del ayuntamiento (speeltoren) del siglo XV, o la casa de pesos y medidas que se construyó en el siglo XVII para pesar las mercancías que venían en barcos. En nuestro paseo pudimos ver como todo estaba absolutamente congelado, desde los canales, las puertas de las esclusas, el mar interior junto al que está Monnickendam… Nos llamó mucho la atención un bar español con una placa metálica del toro de Osborne en la puerta. No entramos porque no estaba abierto, si no si me hubiera tomado un vinito, porque en ese momento me apetecía bastante.



Una vez dimos el paseo por Monnickendam , nos dirigimos a Marken través de una carretera, totalmente recta que intentabas seguirla con la mirada y se perdía en el infinito. Marken está situado frente a Volendam, y en su momento fue una isla de pescadores a la que sólo se podía llegar en barcos que salían de Volendam. Hoy en día ya se ha unido a la costa (pero si os hace ilusión podéis ir también en barco desde Volendam y así imaginaros que aún sigue siendo una isla). Cuando nosotros llegamos con el coche, tuvimos que dejarlo a la entrada del pueblo porque está prohibido el acceso con cualquier vehículo (salvo residentes, claro). El parking aparentemente es obligatorio y cuesta una pasta, así que nos volvimos a salir del pueblo y lo dejamos junto a una nave que había a la salida, en un rincón donde no estorbaba. La mujer que regentaba la taquilla del parking nos vio y se nos quedó mirando con cara de odio, pero no nos dijo nada. Seguro que pensó que éramos españoles, y ahí me remito a mi frase de siempre “vale, seremos españoles, pero no somos gilipollas”.
Este híbrido de isla-pueblo-península, es famoso por sus casitas de madera pintadas de color verde con su tejado puntiagudo (igual que en Volendam), y por los trajes típicos de los lugareños. Todas estas particularidades, la han convertido en uno de los pueblos más turísticos de Holanda. A pesar de eso, merece la pena que dediquéis parte de vuestro tiempo a pasear por sus calles. Me gustó mucho el puerto, es pequeño, acogedor y tranquilo. Por allí merodean turistas, lugareños, holandeses que escapan de la ciudad, pescadores, y viejos lobos de mar (de auténtica postal vamos). Recomiendo que os sentéis un rato tranquilamente, echéis unas fotos y os recreéis la vista. Y después de ver la iglesia (modesta pero bonita), poco más, media vuelta y a por el coche, para acabar en la última parada de nuestro viaje : Zaanse Schaans.



Para aparcar no hubo problemas, dejamos el coche en un aparcamiento gratuito a la entrada, junto al museo municipal. Los holandeses tienen este lugar como oro en paño, y lo han declarado sitio de conservación al aire libre. Es un pueblecito idílico, rodeado de paisajes mágicos, y considerado como el primer sitio industrial del mundo, gracias a sus molinos, que hoy en día son su principal atractivo turístico.



Hace unos siglos, 800 molinos llegaron a ocupar esta zona. Algunos de los que han sobrevivido aparte de funcionar, están abiertos al público, como De Kat (produce materiales de pinturas y tintes). Otros son molinos de aceite (De Zoeker), o también actúan como bombas de agua drenando las tierras ganadas al mar, para mantener un nivel correcto de agua y evitar posibles inundaciones.



Realmente pienso que nos mereció mucho la pena acercarnos a conocer este lugar. Paseando pudimos ver además de muchos molinos, calles que parecían salidas de un cuento, casitas típicas, granjas, antiguas tiendas de productos locales…



De hecho hay un museo al aire libre, donde se puede conocer cómo era la vida de esta zona rural en el pasado, nosotros pasamos de entrar, es más ni siquiera nos interesamos por dónde estaba porque nos pareció una chorrada. Muy cerca pasa el río Zaan (de ahí el nombre del pueblo), y desde allí estuvimos echando unas fotos muy curiosas de toda la zona.
Y después de tirar la última foto y volver hacia el coche, me di cuenta que nuestro viaje había terminado. Al día siguiente a esa hora, si todo iba bien, estaría en mi casita de Leganés empezando las fiestas navideñas. Con cierta tristeza me monté en el coche, y estuve mirando por la ventanilla casi todo el rato. Cuando me quise dar cuenta ya estábamos en el parking del hotel. Después de la cena y la ducha de rigor, salimos a dar nuestra última vuelta por Amsterdam. Intenté aprovechar al máximo mis últimas vistas de los canales, mis últimas cervezas en los pubs que tanto nos gustaron, mi último paseo por el mítico barrio Rojo...mis últimos momentos en la vieja Amsterdam. Aunque ya en el hotel me dormí con la esperanza que no fueran los últimos, porque sin duda era un sitio al que esperaba volver.


MARTES 22 : AMSTERDAM – MADRID


Aquella mañana todo fue muy rápido. Nos levantamos bastante pronto, recogimos todo, y nos fuimos al aeropuerto a dejar el coche. Con un carrito llevamos las maletas a facturar, y después nos fuimos a comprar algunos regalos por Schiphol Center. Yo ni desayuné, no tenía hambre, quería llegar a Leganés ya. Todo era tan raro…un día de la Lotería y yo en Amsterdam sin poder escuchar el gordo, sin poder estar en la plaza Mayor con mi bocata de calamares y mi mini de sidra. De repente empecé a echar de menos Madrid por culpa de haber pensado eso. Pero bueno enseguida embarcamos y salimos, y aunque el viaje se me hizo un poco largo, sobre la hora de comer ya estábamos en Madrid. Como nadie pudo venir a buscarme, me tuve que ir en metro con todos los maletones hasta Atocha, y de ahí hasta Leganés. Fue la guinda al palizón que llevaba encima, y llegué a mi casa casi a las 4 de la tarde, pero bueno por fin ya estaba en casa, y era Navidad. Así concluía mi viaje por las tierras de Flandes y los Países Bajos. Un destino muy solicitado, pero a la vez atractivo para repetir en un futuro, sin duda.